La constatación de la mala situación de Balears indica que ha llegado el momento de convencer a ciudadanos, políticos, empresarios y sector público de la enfermedad que padecemos, pasando de la miseria histérica a un malestar compartido, reconciliándonos con esta condición para corregirla, sobre la base de atacar el mal con la precisión que aconsejan los expertos, sin olvidar de cuidar y fortalecer nuestro escenario existencial.
Cuidar de nuestra democracia. Hemos aceptado los principios y reglas que mejor facilitan la convivencia y las aspiraciones de las personas. Vivir en democracia garantiza unos sistemas de gobierno que en general crean más riqueza y bienestar que los no democráticos, y que permiten decir lo que pensamos y diseñar nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Sin embargo desde Atenas a nuestros días, este modelo no ha ocupado el mayor espacio histórico. Apoyarnos en los fundadores de la democracia moderna puede ser de gran ayuda para cuidar de esta poderosa herramienta y protegerla de la perversidad humana. Poner menos énfasis en las elecciones -no es tan difícil su regulación- frente a otras características esenciales de la democracia: control del estado, garantía de los derechos individuales y evitar la tentación del “mayoritarismo”, el ganar una elección permite a la mayoría hacer lo que le plazca.
El factor humano. Con la democracia se pueden crear las instituciones políticas y económicas inclusivas que fomenten la prosperidad si los ciudadanos están alineados, saliendo de la mediocridad a la que nos ha llevado nuestro sistema educativo.
Los índices y argumentos de referencia aportados en artículos publicados en este semanario: “Gobierno de España y Govern Caib”, 19-25 de junio de 2015; “De la productividad al empleo”, 17-23 de abril de 2015; “Equipos de trabajo de alto rendimiento”, 23-29 de octubre de 2015; y el anteriormente comentado, nos permiten conocer y situarnos en nuestro deficiente ranking competitivo en el que también ha contribuido la forma de gestionar tanto en lo público como en lo privado.
Dado que a corto plazo no se puede esperar gran cosa de nuestro sistema educativo, debemos reflexionar para adaptarnos ya a la era del conocimiento y la información y ver qué es lo que estamos haciendo para empujar a la gente hacia la mediocridad. Parece que las actuales técnicas de gestión inciten a la fuerza laboral, a educadores y alumnos, a disolverse en la medianía. Lo mismo pasa en la política, provocando que el ciudadano se desinterese de las cuestiones importantes. Con este panorama, los elementos más prometedores se sienten obligados a adaptarse a la mediocridad si no quieren ser excluidos.
Peligrosa evolución en un mundo con problemas que requieren perspicacia, sentido crítico e innovaciones disruptivas.
La interdependencia. Hay que ensayar relaciones con la gente que faciliten comunicaciones efectivas. En nuestras áreas de influencia, al convivir con los que nos rodean se deben aclarar las expectativas para que puedan liberar sus aptitudes creativas, priorizando su capacitación, de dentro hacia afuera.
Hay suficiente literatura para garantizar la capacidad técnica para el que busque la excelencia. El secreto puede esconderse detrás de otros aspectos de la competitividad, aparentemente menos ligados con el manejo de los factores de producción, como la integridad y la corrupción, ejemplo paradigmático de la imperfección de nuestras instituciones, políticas y económicas, que permiten que determinados personajes, públicos y privados, se aprovechen en beneficio propio, manipulando el funcionamiento de la competencia.
Mientras tanto hay que fortalecer y a su vez apoyarnos en el importante pilar que se tiene en la cultura de la propia empresa, auténtica ventaja competitiva, que no se puede falsear, que surge de una organización que motiva y facilita la aportación del conocimiento de todos sus componentes.