En la India hay 906 mujeres por cada mil hombres, una inferioridad numérica que también se da en China y obedece tanto a la práctica de abortos selectivos como al infanticidio de niñas y a su elevado índice de mortalidad por abandono y desnutrición, una terrible realidad que aún persiste en esos países. Tener una hija supone una enorme carga para una familia con escasos recursos en India y en este país el 42 por ciento de la población vive muy por debajo del umbral de la pobreza. Tener una hija supone para sus padres la obligación de disponer de una dote suficiente para poder ofrecerla en matrimonio, y una vez casada, la mujer pasa a ser esclava de su marido y de su suegra, una situación que tendrá que soportar hasta que tenga un hijo que, una vez casado, podrá cuidar de ella y ofrecerle también a su propia mujer como esclava. En este círculo vicioso nadie se preocupa por educar a las mujeres, entre quienes la tasa de alfabetización ni siquiera alcanza el 20 por ciento.
Para luchar contra la doble marginación que sufren millones de mujeres en la India, por razón de sexo y por su condición de dalits –el último escalón de una sociedad en la que sobrevive el sistema de castas pese a haber sido oficialmente abolido por la Constitución india en el año 1950–, Manos Unidas, ONG de ámbito estatal que cuenta con cerca de 800 socios en Mallorca, colabora con diversas entidades diocesanas del país en el desarrollo de programas de promoción de la mujer y creación de Mahila Mandals, asociaciones locales de mujeres fortalecidas para que hagan oír su voz y puedan defender sus derechos.
Una delegación de Manos Unidas encabezada por su presidenta, Soledad Suárez, acaba de visitar varios proyectos en el estado de Uttar Pradesh, al norte del país, localizados en diferentes slums –barrios marginales–, y en áreas rurales próximas a las ciudades de Varanasi y Gorakhpur. El tiempo marca la diferencia entre unos y otros porque no es fácil conseguir que la mujer rompa el círculo de explotación y abuso en el que vive encerrada, pero en cuanto toma conciencia de sus derechos y se siente fuerte, ya nada la detiene.
Varias casas de ladrillo a medio construir sin el más mínimo criterio de estabilidad forman Kapil Dhara, a diez kilómetros de Varanasi, una de las aldeas incluidas en este proyecto en donde el programa acaba de arrancar. Las mujeres allí aún no han dado el primer paso en el camino que les conducirá a un futuro libre dibujado con sus propias manos, pero las trabajadoras sociales, que trabajan mano a mano al margen de creencias religiosas –entre ellas hay católicas, hinduistas y musulmanas–, consiguen poco a poco ganar su confianza para darles a conocer sus derechos y ayudarles a descubrir con la autoestima la fuerza que necesitan para avanzar, y concienciarlas sobre la eficacia del trabajo en grupo. Algunas mujeres, muy pocas, apenas pueden mantener a sus familias con actividades muy básicas, como la venta de arroz aromatizado con especias al fuego en un inmenso wok. Otras elaboran rudimentarios artículos con piel de cabras que nunca sacrifican porque esperan que mueran de muerte natural, o fabrican con hojas de árbol, mahuah, pequeños cestos con los que se realizan las ofrendas a los dioses. Estas últimas, que pertenecen a uno de los estamentos más desarraigados y empobrecidos, el de los Musahar, ‘comerratas', observan desde la distancia la agitación que vive la aldea por la presencia de los visitantes sin dejar de manipular las grandes hojas de árbol ya secas que clasifican según su tamaño.
En una pequeña explanada, bajo un árbol que da sombra y soporta una pequeña pizarra, otra animadora social imparte clases a un grupo de niños y niñas, por igual, a los que enseña a leer y escribir con el objetivo de que puedan incorporarse a la enseñanza reglada.
MUJERES DE AZUL.- En Gaura, otra aldea ubicada a las afueras de esta ciudad sagrada para hinduistas y budistas, el esfuerzo de nueve años de trabajo con este programa se ve reflejado en un grupo de más de cien mujeres asociadas a modo de cooperativa cuyo comité de dirección ahora preside Sushila, elegida democráticamente, encargada de custodiar el libro de actas de las asambleas que desde hace ya tiempo celebran todos los meses. No saben leer ni escribir, pero sus hijos, escolarizados, anotan en el libro todo lo que se debe anotar y ellas dan fe de los acuerdos estampando a pie de página sus huellas dactilares. Gracias a las aportaciones mensuales de cada una de ellas han conseguido ahorrar más de 50.000 rupias, cerca de 600 euros, que mantienen a buen recaudo en una caja de caudales, y ese es un dinero que mueven concediendo microcréditos a las mujeres asociadas para que puedan emprender pequeños negocios, un sistema de autoayuda con el que han conseguido mejoras sustanciales en su calidad de vida y en la de sus familias, pero su lucha incluye además cuestiones que beneficien a toda la comunidad. Organizadas también como consumidoras, compran en grupo los alimentos necesarios y consiguen así rebajar costes, y reservan una caja de ahorros comunitarios para hacer frente a cualquier situación de emergencia.
Hasta hace diez años vivían sometidas y maltratadas por sus maridos y tuvieron que hacerles frente para poner en marcha su asociación. Pero hoy estas mujeres, ataviadas con saris azules en los actos oficiales o a la hora de protestar para ejercer sus derechos o reivindicar mejoras para la aldea, se sienten fuertes y respetadas, y no dudan en acudir en grupo lo mismo a la casa de un maltratador para denunciar su comportamiento que a las puertas del gobierno local para reclamar alimentos de mejor calidad para sus hijos en la escuela. Suelen conseguir lo que se proponen y eso se percibe en sus miradas llenas de orgullo.
MATERNIDAD.- En Uttar Pradesh, con una tasa de mortalidad infantil del 70 por mil en zonas rurales y de mortalidad materna del 500 por 100.000 (en países desarrollados es 12 por 100.000), son esenciales los programas de promoción de la salud. En cincuenta aldeas de la zona de Kashi Vidhyappet, en donde el 82 por ciento de las familias apenas logran subsistir como granjeros marginales, se desarrollan proyectos cofinanciados por Manos Unidas en colaboración con la Varanasi Medical Society. Se informa a mujeres embarazadas y a madres sobre las normas básicas de higiene y salud materno infantil, y se capacita a la comadrona de cada aldea, figura clave en cada una de esas comunidades, para que aprenda a valorar la complejidad de cada parto y supervise el traslado de las mujeres al hospital para que puedan dar a luz con mayores garantías. No cabe duda de que estas mujeres, por lo general de edad avanzada, son duchas en su oficio a fuerza de años de experiencia y conocimientos heredados, pero no disponen de medios para afrontar partos complejos ni de las mínimas condiciones de higiene en la aldea. En el hospital de referencia para esta zona se registra cada uno de los nacimientos, algo que no suele suceder cuando las mujeres dan a luz entre trapos en su propia casa sin la necesaria supervisión.
El programa de promoción de la salud se hace también extensivo a las adolescentes, a quienes se conciencia además sobre su derecho a no aceptar la imposición de un matrimonio y no convertirse en madres antes de dejar de ser niñas. Reunidas ante un pequeño escenario, sobre el que un grupo de animadoras sociales interpreta una breve obra de teatro con la que difunden normas de higiene y salud, las jóvenes de la aldea observan con atención y ríen. Dos hermanas, buenas estudiantes y seguras del camino que quieren emprender, afirman en público que ninguna se casará antes de los dieciocho años, y ese límite ya es mucho para la mayoría de las mujeres en las zonas más desfavorecidas de la India.
EL TRABAJO EN EL CAMPO.- En cincuenta aldeas repartidas entre Khadda y Nichlaul, a ciento ochenta kilómetros de Gorakhpur y a apenas veinte de la frontera con Nepal, Purvanchal Gramin Seva Samiti (PGSS) desarrolla programas de fortalecimiento de granjeros a través de la agricultura orgánica con la ayuda de Manos Unidas. Es una zona de gran potencial en términos agrícolas, pero una de las más pobres del país en cuanto a desarrollo humano.
Hasta hace poco, el papel de la mujer en esas aldeas se reducía al de meras esclavas en las tareas agrícolas y en las del hogar, estaban obligadas a cubrir parte de sus rostros con el purdah y jamás se tenía en cuenta su opinión. La utilización de fertilizantes e insecticidas altamente nocivos no hacía sino empeorar aún más su situación.
Al mismo ritmo, lento como todo en la India, en que los granjeros, con la ayuda de ingenieros agrónomos, fueron descubriendo las ventajas de la agricultura orgánica por lo que supone de reducción de costes –los fertilizantes e insecticidas están en manos de multinacionales que suben año tras año los precios–, en las aldeas fue creciendo otra semilla, la de una auténtica revolución social. Las mujeres siguen trabajando en el campo, mano a mano con los hombres, y son ellas las que también se encargan del hogar, pero ahora se oye su voz y sus opiniones son tenidas en cuenta. Y sus votos valen tanto como el de sus maridos a la hora de elegir a sus representantes en el Panchayat, el órgano de gobierno comunal. Cada familia cultiva su propia parcela con trigo, arroz o semillas oleaginosas, pero entre todos han creado sus propios bancos de semillas de los que se sirve toda la comunidad. Gracias a la agricultura orgánica han conseguido ser autosuficientes en todos sus cultivos, han aprendido a elaborar compost y otros fertilizantes naturales, y han descubierto las propiedades de la orina de vaca como eficaz insecticida. Y en todo este proceso la mujer, excelente gestora de recursos, desarrolla un papel fundamental.
La agricultura ecológica avanza ahora a buen ritmo en toda la zona y se diversifican los cultivos con productos de huerta y árboles frutales como el mango y la papaya, y se comercializan las cosechas, con los necesarios controles de calidad, a través de una pequeña tienda ubicada en Gorakhpur bajo la marca Samridhi Green, que cuenta ya con un buen cartel de clientes interesados en una alimentación sana.
LA MUJER EN LOS ÓRGANOS DE GESTIÓN.- El matrimonio infantil, el uso del purdah y un riguroso sistema de castas siguen imperando en esta zona del noreste de la India, en donde además la corrupción se cuela en todos los estamentos y las ayudas del gobierno no suelen llegar a su destino. Por eso es necesario que las distintas aldeas se organicen en comunidades y cuenten con sus propios órganos de gestión, y que la mujer encuentre allí el lugar que se merece. En una de esas aldeas, rodeada de arrozales desde donde puede divisarse la silueta del Himalaya, las mujeres han constituido su propio grupo de presión, se identifican a sí mismas por el color de sus saris y han conseguido que su líder, tocada por un carisma especial, haya sido a su vez elegida como representante de la aldea en el Panchayat, algo de lo que incluso su marido se siente orgulloso –impensable que fuera así hasta hace apenas unos años–, y no duda en posar junto a ella para una foto.
Después de un lustro trabajando en la zona con ayuda de Manos Unidas, PGSS puede constatar los avances de esta comunidad en la que todos los niños, también las niñas, están escolarizados. Gracias a su presencia en el Panchayat, han podido canalizar las ayudas procedentes del gobierno para la construcción de casas de ladrillo para las familias más necesitadas, cuentan con un sistema de canalización del agua que evita que se estanque y proliferen los temidos mosquitos transmisores de malaria y encefalitis japonesa, han soltado más de doscientos peces en las lagunas circundantes para que se alimenten de larvas de mosquito, han conseguido acortar el tiempo que transcurre entre las visitas de los profesionales sanitarios a la aldea, y su próximo reto es obtener fondos para la construcción de un pequeño puente para que la aldea no quede aislada cuando llega la época de fuertes lluvias.
Queda mucho por hacer pero hay mucho camino recorrido en estas aldeas en las que la igualdad de géneros empieza a adquirir su significado y hasta los altares se construyen ahora para que los dioses protejan por igual a los niños que a las niñas.
Teatro por la igualdad
El teatro callejero se ha convertido en una excelente herramienta en los ‘slums', los barrios más deprimidos de las grandes ciudades de la India, para informar a las mujeres sobre sus derechos. Entre los proyectos promovidos por Manos Unidas en la ciudad de Varanasi, en el estado de Uttar Pradesh, destacan los que se desarrollan a través de grupos de promotoras sociales que interpretan sencillas obras de teatro en los ‘slums' para escenificar la realidad de millones de mujeres en la India que sufren una doble marginación, por ser mujer y por pertenecer a las castas más bajas en un sistema de estratificación social establecido por el hinduismo en la India, suprimido por la ley constitucional de 1950 y sin embargo vigente en la práctica debido a la lealtad de clases, especialmente en las zonas rurales y en las áreas más deprimidas de las ciudades.
A través de estas breves obras de teatro se explica a la mujer que no debe aceptar convertirse en la esclava de su marido y de su suegra, algo que, por tradición, ocurre inmediatamente después de la celebración de una boda que en la mayoría de los casos suele acordarse entre ambas familias cuando los futuros cónyuges son niños.
El público de estas obras de teatro es siempre femenino, entorno a medio centenar de mujeres que no saben leer ni escribir pero siguen con suma atención cada una de las escenas en las que se presentan situaciones de malos tratos y explotación de la mujer en el seno de la familia del marido y se deja claro que ese comportamiento se condena por ley. Para ellas es fácil verse reflejadas en esas historias y por eso abren tanto los ojos y reprimen alguna risa nerviosa sin perder detalle.
A cierta distancia del escenario y del público, los hombres suelen contemplar impasibles la representación, pero no cabe duda de que algo empieza a cambiar en el ‘slum'.