La Guardia Civil de Ibiza localizó la semana pasada a un hombre de 39 años cuya familia había denunciado su desaparición el pasado 28 de noviembre. Este vecino salió de su casa por la noche, sacó dinero de un cajero automático y fueron pasando las horas sin que respondiera a las llamadas de sus familiares ni regresara a casa. Fue entonces cuando la familia cursó la denuncia por desaparición y la Guardia Civil empezó a investigar. Lo localizó en una sala de juegos, donde llevaba 18 horas sin parar jugando. Por fortuna, estaba en buen estado de salud. Esta noticia ha vuelo a sacar a debate público el impacto del juego en la salud mental, algo que se extiende peligrosamente, además, a los menores con la facilidad de acceso al mundo digital. .
El fenómeno.
La directora del CEPCA, Belén Alvite, advierte de un cambio profundo en el perfil del jugador patológico. El ludópata ya no es solo ese adulto con años de apuestas a sus espaldas, ligado al bar y a la máquina tragaperras. Hoy el rostro más frecuente es el de un chico joven, con teléfono móvil, acceso inmediato a tarjetas y créditos rápidos y expuesto a plataformas diseñadas para enganchar. En muchos hogares pitiusos el problema no sale a la luz hasta que llega el primer sueldo y, con él, las primeras señales de un dinero que desaparece sin explicación. Lo digital permite jugar en privado, a cualquier hora y de forma constante. Y tras una primera ganancia llega el descenso con las consiguientes pérdidas, endeudamiento y un silencio que se hace cada vez más pesado. A ello se suma un fenómeno especialmente preocupante como es la vinculación entre el juego compulsivo y los créditos exprés. Jóvenes que no solo gastan sus ahorros sino que llegan a endeudarse con intereses abusivos para seguir jugando. Una espiral que erosiona su estabilidad emocional, económica y afectiva y que, inevitablemente, afecta a su entorno.
Toque de atención.
El caso del vecino desaparecido 18 horas en un salón de juego es un aviso contundente de que la adicción al juego puede consumir el tiempo, la atención, el descanso y la vida cotidiana hasta desconectarse y aislarse por completo del entorno. Por ello, es vital pedir ayuda, que las familias sepan que los servicios especializados están ahí para atenderles porque el juego es tan peligroso como cualquier otra droga.