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Editorial

La ciencia nos baja del pedestal

Los científicos del mundo entero están dando saltos de alegría tras hacerse público «el mapa de la vida», la secuencia del ADN humano que permitirá "con unos cuantos años de investigación, mucha suerte, paciencia y esfuerzos" descubrir la cura de algunas de las enfermedades mortales y degenerativas más graves que nos acosan, como el cáncer, el sida, el Alzheimer o la diabetes. El entusiasmo debería ser compartido por todos, puesto que el descubrimiento "realizado por un laboratorio privado norteamericano" supondrá en el futuro grandes mejoras en nuestra vida cotidiana. A pesar de ello, los más pesimistas se apresuran a esgrimir los clásicos «peros». Uno de ellos será la posible discriminación de personas con tendencia a padecer ciertas enfermedades o taras por vía genética. Aunque los científicos han subrayado ya que no debemos caer en un nuevo «determinismo», creyendo que todo se debe a nuestra particular configuración genética.

Los descubridores han anunciado también algunas novedades sorprendentes que han venido a bajar del pedestal a quienes se creían la joya de la creación. Resulta que el mapa genético humano «sólo» contiene treinta mil genes, un tercio de lo que se creía, lo que viene a indicar que no es tan importante la cantidad como su calidad o la interacción entre ellos. De hecho, criaturas tan vilipendiadas como la mosca comparten con nosotros la mitad del genoma y, todavía más increíble, la levadura se asemeja a nosotros en una quinta parte, lo que nos hará darnos cuenta "o debería" de que somos, sencillamente, un mamífero más (casi) tan simple y tan complejo como los otros. Y un varapalo de los grandes para los racistas, pues todos los seres humanos somos iguales en un 99'9 por ciento, aunque siempre habrá quien defienda que ese 0'1 por ciento es decisivo.

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