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Editorial

La judicialización de la política

Hace unos años, en la última etapa socialista, el país entero se lamentaba del espectáculo que los políticos estaban ofreciendo a la opinión pública, en un continuo y escandaloso trasiego del juzgado a la cárcel. Ahora, aquí, la cosa no ha alcanzado aún esos niveles de desvergüenza, pero sí se atisban ciertos síntomas nada saludables sobre el estado de nuestro estamento político. En una sola semana hemos visto pasearse por los titulares de la prensa tres sonoros casos de presunta corrupción política: los casos «ParcBit» "impulsado por el PP contra el Pacte y ahora archivado", «Bitel» "promovido por el Pacte en contra de los populares, e igualmente archivado" y «Formentera», que sigue su curso, por un presunto delito electoral denunciado por el Pacte de Progrés. Ayer mismo, el fiscal jefe informó que pedirá la imputación de Matas tras recibir vía libre del fiscal general del Estado. A todos ellos debemos añadir asuntos nada claros, como el «caso Maquiavelo» "los populares se querellaron contra varios políticos del PSOE de Calvià acusándolos de prevaricación y malversación de fondos" y «de Maó» "el PP se querelló contra el alcalde de la ciudad, socialista, por presunta prevaricación en la contratación de un arquitecto.

De todo este culebrón lo que debe interesar es el respeto escrupuloso a la labor de los jueces, algo que en este país brilla por su ausencia. La presunción de inocencia no la presupone nadie, y mucho menos los políticos, que aprovechan cualquier ocasión para tratar de lapidar al rival. Y todo ello en una etapa en la que hemos alcanzado el máximo nivel de autogobierno de la historia, y los políticos, en vez de volcarse en su trabajo, prefieren dedicarse a la descalificación en los foros mediáticos. La política hay que hacerla en el Parlament, no en los tribunales, a los que no se puede acudir simplemente para hacer daño al adversario y a sabiendas que jurídicamente el asunto no llegará nunca a juicio. Pero esto parece ser que es lo de menos. Lo importante es poner en marcha el ventilador. Y responder con la misma moneda.

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