Comenzaba la función con un «¿cómo están ustedes?», mientras el público, repleto de ansiedad aullaba al unísono con un «bieeeen» tan estirado como lo estaría un chicle boomer. Y así, sin embargo y como no era suficientemente mayoritario el alarido del público, los payasos de la tele, repitieron de nuevo. ¡No se oye! Más fuerte. ¿Cómo están ustedeeeees? A lo cual, ya resultó el paroxismo más inusitado entre los niños asistentes al acto de toma de posesión, que enfervorizados respondieron como autómatas a los asistentes en la pista con un «bieeeeeeeeen» aún más fuerte. Y así, y siguiendo con el espectáculo, los allí presentes tomaron posesión de la cámara baja, algunos, peleando por un puesto en las filas más cercanas a la pista principal, que entre leones, gacelas, elefantes y jirafas, ocupaban ya todo el hemiciclo. Mientras, al fondo, en el gallinero, las hienas reían la escena de forma descarada, mientras los titiriteros hacían verdaderos malabarismos en la cuerda floja para llegar a algún que otro acuerdo –fuera el que fuese- con tal de prevalecer en el puesto que acababa de tomar al asalto democrático, y de jurar por Snoopy, o tan mismamente por el gato Felix. Total. Ni en el mejor de sus sueños hubiera llegado a pensar algún pinta de los presentes, que le iban a pagar un pastón por no pegar palo al agua, y hasta incluso, sabiendo que los allí presentes, no iban a tener más remedio que escuchar las gilipolleces más absurdas que se le ocurriesen, y que en la pista central iba a ser el protagonista sobre todo de sí mismo, por la gloria de su madre. Y así, la función dio comienzo y también el desfile para la elección del Payaso listo en el mayor de los circos de nuestro país. El más grande. – Como se hubiera nombrado a sí mismo Junkal, el torero grande entre los grandes, pues ¡Que grande fue Paco Rabal! -. Pero ¡No! Aún más grande que Paco Rabal y que el circo Ringling con sus seis pistas llenas de acróbatas, malabaristas, fieras y payasos. Todos a la vez. En este otro gran circo no solo había pistas sino también despistes. Y en el desfile de las papeletas para la elección del payaso listo del rebautizado Gran Circo Nacional, desfilaron, rastas al más puro estilo reggae de Cala Benirràs, (rigui, en Cristiano), bebés con madres, niños o-rejones, pijillos, progres, gentes que no conocía ni su madre hace un mes, hienas sedientas de odio, y hasta algún que otro independentista que dijo no querer estar ahí, porque ya tenía circo propio en Cataluña, pero que ya le venía muy, pero que muy bien llevarse la paguita «per una calçotada».
Y así, mientras los electos, los ocupantes por imperativo legal de las urnas, y cuyo juramento, a algunos, les vale lo que vale un cromo de bimbo y que son los mismos que co-habitan alrededor de la pista central, y debaten ideas, con frases como. – «como mola este sillón» o «¿se pueden fumar petas en los pasillos?», o «que bien vivimos los de la nueva casta»; allí al fondo, olvidados, como el arpa olvidada de Becquer «Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veía se el arpa… muy al fondo del circo, que es hoy el Congreso, olvidada, apartada, se encuentra la barraca del Pim-pam-pum, en donde todos sus líderes, juegan a lanzarse pelotas, para ver quién de ellos diciendo o haciendo las paridas más grandes que se le vengan a la cabeza, se lleva en la rifa la chochona. Mientras, en los exteriores de la Carpa circense del Congreso de los Diputados, escuchan los transeúntes, el sonido alegre de una canción, que proviene de la función que se lleva a cabo en el interior del mayor de los circos que hoy hay en España, y que dice así: -Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón. Lleno de color, un mundo de ilusión, sin temer jamás al frío o al calor, el circo siempre daba su función. Pasen a ver el circo…
¿Cómo están ustedes?
Mejor no responder, por si las moscas.