Por Turquía pasa el petróleo y el gas de las repúblicas exsoviéticas, Irak e Irán. Es base fundamental para los EEUU (recuérdese la superbase que tienen los norteamericanos en Incirlik). Además, Turquía es una barrera a la progresión del fundamentalismo islámico y para la contención del enorme flujo migratorio que de Siria y otros países quiere venir a la Unión Europea. Hasta hace pocos años, y desde Atatürk, era un país con instituciones democráticas aunque tutelado por los militares. Socialmente hasta hará 15 años han convivido bien laicos, islámicos, cristianos y judíos, pero ese modelo hace aguas desde que llegó al poder, en marzo de 2003, el que fuera primer ministro y luego factótum, me refiero al carismático y astuto Recip Tayyip Erdogan, líder del partido integrista islámico de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Poco a poco Erdogan, excelente gestor económico por cierto, ha ido fagocitando parcelas de poder hasta conseguir orillear incluso al mismísimo Atatürk, algo impensable hace unos años. Primero ha conseguido islamizar y mucho el país, luego ha conseguido doblegar a los militares, después ha echado a un montón de funcionarios laicos y ha puesto a su gente en la Administración, en todos los puestos y finalmente ha convocado un referéndum que lo va a perpetuar y le da de hecho poderes dictatoriales, o sea se ha cargado la ya precaria democracia turca y se ha convertido en otro Putin. En esa zona del mundo mandan ahora Erdogan y Putin y sin ellos va a ser difícil maniobrar por allí y arreglar el lío que montó y promovió Obama con las Primaveras Árabes que se han cargado media cuenca del Mediterráneo. De modo que el panorama para los europeos civilizados es sumamente complicado: dependemos de dos antidemócratas sin contrapeso alguno.
OPINIÓN | Jesús García Marín
Erdogán, esa apisonadora
J. García Marín | Eivissa |