El suelo edificable es un bien o un recurso finito, limitado en si mismo. No se puede estirar, como se ha hecho de forma demencial en la bahía de Ibiza, que se ha quedado sin espejo de aguas. Los rellenos estúpidos e interesados se han comido la bahía tan limpia y funcional durante miles de años. Ahora es una fosa séptica.
El proceso sigue imparable, haya o no haya crisis, y no recuerdo haber oído jamás ni una sola voz que se haya atrevido a plantearlo abiertamente: En Ibiza y Formentera no cabe ni un ladrillo más. Ha habido, sí, algún efímero intento de moratoria, pero ya no se trata de retrasar el problema congelándolo. Se trata de recuperar la isla, rechazando un mayor consumo de metros cuadrados. Tampoco es que andemos sobrados de agua, energía y viales. El destrozo que estamos causando ahora no servirá de nada, porque los diseños de actualización ya nacen envejecidos. De seguir el ritmo –y seguirá, lo sabemos– no quedará una piedra salvable y cualquier día las retroexcavadoras derrumbarán la Catedral para levantar una discoteca o una mezquita. Tampoco descarto la posibilidad de que el capital catarí o árabe emprenda la construcción de varias torres de pisos. Sugiero no sobrepasar los 103, para no superar las montañas de Ibiza. En el centro, quizás en San Rafael, podría levantarse media docena de rascacielos, con todos los servicios incluidos, piscinas de agua salada en los áticos y otros complementos como casinos, restaurantes y discotecas.
Al primero que propusiera detener el rellenado de Ibiza le crucificarían, pero quizás no será necesario demonizar a nadie, porque de Ibiza se tendrán que ir miles de personas a vivir a otra parte.