¿La libertad?: desaparece. Lo políticamente correcto, tan pestilente y nocivo, lo cercena todo. Te tienes que cortar a la hora de hablar. Si con quién hablas es azul, sabes lo que le tienes que decir, que Sánchez es un milongas (aunque lo sea), que carece del más mínimo sentido del Estado (y así es) o que Carmena, esa que dijo que había dos mil niños pasando hambre en Madrid, pilla billetes de avión de primera clase de 5.000 euros (como así ha sido); si el mengano es pobresista, le pones a parir a Aznar&Botella (Iglesias&Montero), a Bauzá, a Amancio Ortega y su donación de 320 millones de euros y rematas la faena diciendo que Iván Fandiño no es un gran artista, sino un torturador y si no se ha quedado satisfecho el interlocutor, añades que Pablo Iglesias es un orador que vamos, que ya le hubiera gustado a Azaña parecerse a él o que Maduro lo hace muy bien en Venezuela pero el Capital no le deja; y aquí paz y después gloria. Aunque uno no esté adoctrinado, la autocensura se impone porque de no ser así es posible que pierdas el 99% de los amigos, que los compañeros de trabajo te dejen de hablar y que en todos sitios te tengan por oveja negra fuera del redil o incluso por un psicópata. Conviene decir que para qué vamos a tener un jurista dirigiendo el Parlament, que es mejor tener a un carpintero metálico con pantalones de diseño llenos de agujeros porque todos somos iguales como en una comuna. En estos tiempos tan anodinos, no queda otra que autocensurarse si quieres vivir en sociedad. No hay nada más triste que un atajo de mediocres barrunten por nosotros, mientras les decimos «sí, bwana».
Opinión/Jesús García Marín
Caída y declive del librepensador
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