La traición es una simple cuestión de fechas», opinaba el cínico Talleyrand, ludópata y amante del placer (llegó a encamarse con tres generaciones de la misma familia) que jugó sin vergüenza todas las bazas de la política gala y europea del XVIII.
Para Rajoy la traición ha sido cuestión de una semana. De la aprobación de los presupuestos a la moción de censura. En el circo de los imputados la voluble pero nada voluptuosa política ha sido vertiginosa y, ante la peste de la corrupción (a diestra y siniestra semejan putrefactos), ya tenemos nuevo presidente con pensión privilegiada.
Afortunadamente la calle caliente, salvo aburridas excepciones fanáticas, lleva con mejor humor la convivencia que los actores del Congreso. Eso de partirse la cara por unas siglas ya no está de moda en una descreída España que considera a la hipócrita clase política como uno de sus grandes problemas. Deseamos menos mamones, asesores, impuestos… y que los que se dediquen a la cosa sepan gestionar mejor sin apelar a revanchas cainitas.
Los políticos pasan. El arte permanece. La exposición Posidonia de Antonio Villanueva en el OD Talamanca nos regala un excitante viaje submarino (y subconsciente) inspirado por el ser vivo más grande del planeta. Una posidonia que respira purificando las aguas pitiusas, una sabiduría orgánica que lo ha visto todo, de la prehistoria a los fenicios, de los hippies que pregonaban la única revolución no sangrienta –cuyo omphalos cósmico se encontraba en Formentera—, a la invasión de las masas turísticas.
El arte de Villanueva se metamorfosea húmedo y resinoso para rendir un sensual homenaje a una posidonia que seguirá cuando los políticos se hayan marchado. Un ser que, al contrario de los cortoplacistas burrócratas, seguirá sirviendo a las próximas generaciones. Hay que aprender de ella.