Este domingo en toda la Iglesia católica celebramos la Fiesta del Bautismo de Jesus, y con ello se concluye en tiempo de Navidad, que hemos vivido con alegría y satisfacción, acogiendo a Jesús que viene a la tierra para enseñarnos el bien y salvarnos.
En esta Fiesta del Bautismo de Jesús revivimos el bautismo de Jesús a orillas del río Jordán de manos de su primo San Juan Bautista. Jesús, como nos cuenta el Evangelio, se deja bautizar como uno más por Juan y transforma el gesto de este bautismo de penitencia en una solemne manifestación de su divinidad. “Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido” (Mc 1, 11). Son palabras de Dios-Padre que nos muestra a Jesús como su Hijo unigénito, su Hijo amado y predilecto, al inicio de su vida pública: Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo y que ahora comienza públicamente su misión salvadora; Él es el enviado por Dios para ser portador de justicia, de luz, de vida y de libertad.
El bautismo de Jesús nos remite a nuestro propio bautismo, que los católicos hemos recibido dignamente, llevados a ese hecho importantísimo por nuestros padres y padrinos. En la fuente bautismal volvemos a nacer por el agua y por el Espíritu Santo, y quedamos injertados en la vida misma de Dios. Así con el bautismo recibido dignamente comienza el proceso de nuestra iniciación cristiana que después recibiendo el Sacramento de la Confirmación y recibiendo la Eucaristía por medio de la comunión, quedamos insertados en el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y miembros dignos de la Iglesia, que es la buena y digna familia de los hijos de Dios.
Celebrando hoy ese bautismo de Jesús, inicio del nuestro, demos gracias a Dios, que por el bautismo nos ha hecho hijos suyos en Cristo y miembros de su familia, la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia.
Y siendo bautizados, acogidos por Dios, ayudemos conscientes de ello a que los demás vayan conociendo, amando y obedeciendo a Dios. Es responsabilidad de los padres y padrinos especialmente, y de toda la comunidad cristiana hacer que los niños vayan conociendo a Dios, Padre que nos quiere, y mantener una buena amistad con Jesús influidos por la fuerza del Espíritu Santo.
Así pues, con ocasión de este fiesta os animo a todos, y muy especialmente a los padres y padrinos que habéis llevado dignamente a bautizar a los niños a introducirles en este conocimiento y amistad divina a través de su palabra y de su testimonio de vida cristiana en el día a día: en el matrimonio y en la familia, en todo momento y ocasión. Grande es la responsabilidad de los padres en el crecimiento espiritual de sus hijos y en la trasmisión de la fe, pero nunca deben sentirse solos en esta misión.
Toda la Iglesia entera y buena está llamada a asistirles para fortalecer la propia fe y la propia vida cristiana, alimentándola con la oración y los sacramentos.
“Éste es mi Hijo amado; escuchadle” (Mc 9, 7), nos dice el Padre-Dios. El Padre nos ha revelado nosotros, hijos suyos un singular proyecto de vida: escuchar como discípulos a su Hijo para vivir realmente como hijos de Dios y discípulos misioneros de Jesús. La riqueza de la nueva vida bautismal es tan grande que pide de todo bautizado una única tarea: Caminar según el Espíritu (cf. Ga 5, 16), es decir, vivir y obrar constantemente en el amor a Dios haciendo el bien a todos como Jesús junto con nuestros hermanos en la fe, con la comunidad de la Iglesia. Es la llamada al seguimiento de Jesús según la vocación, que cada uno haya recibido, para ser testigos valientes del Evangelio. Esto es posible gracias a un empeño constante, para que se desarrolle el germen de la vida nueva bautismal y llegue a su plena madurez.
La riqueza de la nueva vida bautismal es tan grande que pide de todo bautizado la tarea de vivir constantemente en el amor a Dios haciendo el bien a todos como Jesús. Ser bautizados es la llamada a seguir a Jesús para ser sus misioneros en la Iglesia y en el mundo. Demos gracias de corazón a Dios por el gran don de nuestro bautismo y vivamos con alegría nuestra condición de hijos de Dios, discípulos de Jesús e hijos de la Iglesia.