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Opinión/Montse Monsalve

Noche de San Juan

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Mi primera noche de San Juan en Ibiza cobró vida en Sant Joan de Labritja. Ese día descubrí mi poca pericia saltando hogueras, y que era más sencillo enseñarle el culo a la luna y quemar un papelito con mis deseos manuscritos, mientras otros ponían en riesgo sus piernas.

Corría el año 2004 y en aquel entonces trabajaba en Cope Ibiza. Vivi, una de las comerciales de Group de Publicitat y de Exit Punto Radio, la emisora a la que emigraría a los pocos meses de aterrizar en la isla, me llevó hasta allí para que conociese la magia de sus calles repletas de gente al amparo de un buen bocata de sobrasada.

También fue ella quien me descubrió la magia de un delicioso bullit de peix en Es Vedrà y del adictivo café caleta. Con su risa de cascabel me mostró los rincones más especiales de su Ibiza, esa que te atrapa y que te embruja o que te invita a marcharte, y que hoy exhibo yo con el mismo amor a todos los que emulan nuestra hazaña. Y sí, me atrevo a calificar de gesta la aventura de dejar tu tierra, tus raíces, a tu familia y amigos, y en ocasiones a tus amores y pilares, para emprender un nuevo camino en un lugar aislado donde vivir es tan caro como en las principales capitales del lujo del mundo, y en el que es preciso coger un barco o un avión para poder regresar. Lo cierto es que, quienes sabemos ver los pros de esta diáspora, tenemos muy claro que ya somos más de aquí que de allí, y que no podríamos vivir sin el olor de su mar, de sus hierbas aromáticas y azahares perdidos, sin el color de sus buganvillas salvajes y frutales mágicos, y sin sus puestas de sol que nos recuerdan la suerte de estar vivos cada día. Son muchas las personas que me preguntan si no me agobia el hecho de no poder salir de la isla cuando quiera, la soledad de sus inviernos y el agobio de sus veranos. La respuesta es siempre la misma: «no». He vivido siempre en ciudades pequeñas, por lo que no añoro los atascos de Madrid ni de Barcelona, ni los grandes teatros, y este escenario desnudo en los meses de otoño y de primavera me parece inigualable, mientras que aguanto estoicamente el bullicio de julio y agosto como buenamente puedo. (Quejándome, eso sí, de quienes alquilan ilegalmente sus pisos a turistas maleducados, sucios y ruidosos y de aquellos que conducen sus coches alquilados como si estuviesen en El Cairo, haciendo caso omiso de la prudencia, de los intermitentes y de las señales viarias).

En días como este, mágicos, festivos y soleados, me recreo especialmente en mi suerte y dejo de pedir quimeras garabateadas en un folio, para suplicar que nada cambie. Hoy mi noche de San Juan será mágica y cobrará vida en la playa de Talamanca; mi casa, mi barrio y el lugar que más feliz me hace. Cenaré con mi familia, la de verdad, ya que mis padres compartirán mesa con nosotros y con nuestros amigos Joana, Juan, Rony, Silvia, Jana, Fer y las pequeñas Anna y Julia, y bailaré hasta que los pies me den permiso al son de la música de Canallas del Guateque. Después mostraré mis posaderas al cielo, saltaré nueve olas de espaldas al mar y veré arder un papel donde pediré, una vez más, que todos los que me rodean sigan a mi lado sanos, felices y sin cambiar nada de esta noche perfecta. ¡Feliz Noche de San Juan a todos y felicidades a todos los Juanes y Juanas, sobre todo a los santos con los que brindaré las veces que haga falta!

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