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Nostalgia del caos

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El vicepresidente del Gobierno de España prefiere comer con la hoz y el martillo antes que con cuchillo y tenedor. Gracias a la democracia que se envanece en criticar, Iglesias ha logrado en tiempo récord el estatus de un mandamás soviético y ya tiene dacha y chacha. Tal es la realpolitik de un siniestro idealista o la picaresca aplicada de un caradura ibérico.
Peter Sánchez mintió otra vez, pues está claro que duerme como un tronco con tales socios. Para conciliar el sueño, a la vedette del fake le será más fácil recontar patrañas que ovejitas. O tal vez tenga la tesis doctoral en su mesilla de noche. Tal y como informó su otra vicepresi, el candidato y el presidente no son la misma persona. Entonces ¿quién era antes? ¿Quién es ahora? ¿Quién será mañana? Cosas de la metafísica política y de la vida ondulante, voluble y discordante donde sabe nadar el resiliente oportunista.

Si Rajoy practicaba el Wu Wei, Sánchez se zambulle en el Panta Rei. De la no acción hemos pasado al todo fluye. Pero en ambos casos se siguen tales filosofías sin arte alguno, con la abismal distancia que separa a un samurai o un griego antiguo de un manga o un rapero.
La metamorfosis no ha llegado a los poderosos ministros de origen podemita. Es chocante pero no sorprendente su aliento a sembrar el caos. Ya en Cataluña, durante la Guerra Civil, los comunistas esclavos de Stalin mataban a los anarquistas al grito de fascistas (término que sirve para cualquiera que no piense como ellos). La nostalgia de tales trasnochados es estática y nada estética. Y son la canción de cuna de Sánchez.

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