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Opinión

La vida es un juego

| Ibiza |

El próximo 18 de abril habría cumplido 40 tacos. La de Carlos, como la de miles de personas, era la crónica de una muerte anunciada. Matallanas lo sabía desde el día en el que le comunicaron que los problemas que empezaba a tener a la hora de hablar se debían a la esclerosis lateral amiotrófica.

Era verano de 2014. La selección española había caído con estrépito en el Mundial de Brasil. Era el final de un ciclo. Carlos Matallanas se adentraba en otro ‘ciclo', el de la ELA, una enfermedad que le había empezado a consumir un año antes. Sabía que su ciclo vital tenía fecha de caducidad pero no arrojó la toalla. El Matallanas futbolista ya no estaba para calzarse las botas, pero el periodista siguió escribiendo. En El Confidencial plasmaba su lucha diaria contra la ELA. Y recientemente nos dejó La vida es un juego. Estrategia para Mario y Blanca, una maravilla de libro donde explica a sus sobrinos 17 reglas para transitar por el mundo. Como bien indicaba la portada de los compañeros de Sphera Sports: «Ejemplo, dignidad y legado».

En unos tiempos en lo que todo gira alrededor del coronavirus, el juego de la vida sigue y algunos fenómenos se convierten en auténticos gigantes ante la adversidad. Cada día se diagnostican tres casos de ELA, la enfermedad que se ha llevado por delante la vida de Matallanas, una auténtica cabronada que a día de hoy no tiene cura. Y ello bien lo saben figuras como José Robles o Jordi Sabaté, dos Cary Grant con la muerte en los talones. Con los días contados, Sabaté y Robles dan visibilidad a la enfermedad en redes sociales, apariciones en programas como Got Talent o abriendo un canal de Youtube. Y lo hacen a pesar de estar postrados. Son víctimas de una enfermedad mortal y del abandono de un Gobierno que hace un año, un 28 de febrero, se comprometió a ayudarlos para tener una vida digna, una muerte llevadera. Como diría Matallanas, la vida es un juego, pero nadie quiere minutos de la basura.

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