En Nochevieja cené en el restaurante Dins de Santi Laura. Fue una experiencia muy interesante. Había tenido la oportunidad de participar en su concurso, el Club del Tapper. No obtuve el premio (hubiese sido raro y poco justo), pero me divertí mucho. Cocinar para él fue un ejercicio de buen humor y humildad a partes iguales.
Sabía que Santi Taura es un gran cocinero, pero descubrí también que es un investigador y un conocedor magnífico de nuestra tradición culinaria.
Los sabores y olores de la cocina tradicional consiguen transportarme a mi infancia. Me recuerdan a mi abuela, heredera de la sabiduría del recetario, que durante muchos años cocinó para los miembros de la familia. No cocinaba por obligación, ni por rutina, ni por inercia, sino por amor. Ese amor inmenso que sentía por los suyos, y que la animaba a dedicar horas y energía a los fogones. Nunca miró con impaciencia el reloj, celosa de su tiempo, no escatimó ingredientes, ni esfuerzos, ni creatividad. Se pasaba las mañanas entre cazuelas, preparando sofritos, guisos, sopas, rebozados o platos al horno. Quería hacernos un poco más felices con sus comidas.
Santi Taura recoge el tesoro culinario de nuestros abuelos, salva antiguas recetas, investiga en los recovecos de nuestra historia gastronómica, y juega con su creatividad al elaborar las recetas. Disfrutar de su menú es un volver a nuestros orígenes y, a la vez, un reinventar el presente.
Sus palabras, la explicación con que acompaña cada plato, reflejan la curiosidad por conocer la tradición y también el deseo de recrearla desde la aportación personal. Así recorrimos platos como el pancuit, gran olvidado en las cocinas de nuestro tiempo, la panada mallorquina, la sobrasada pultrú, la comida blanca, la porcella... combinados con ingredientes inesperados.
Un menú hecho con maestría, preparado con rigor, contado por su autor como si se nos explicara una historia que no es fruto de la casualidad sino de la cultura. Confieso que uno de los postres, «Passeig per sa Serra de Tramuntana», me conmovió. Lo saboreé despacio, con los ojos cerrados: me comí los campos de nuestra sierra, los aromas del verde, los frutos del camino. Tuve a mi isla en los labios. Fue magnífico.