En muchas ocasiones, los padres suelen preguntar a partir de qué edad es recomendable que los hijos tengan su propio móvil. La respuesta es sencilla, si hablamos exclusivamente de un teléfono, un menor puede tenerlo a partir de identificar los números, pero si nos referimos a un teléfono con acceso a internet los expertos recomiendan sobre los 14 años. La media de edad, según datos de Unicef, donde los menores tienen su propio smartphone se sitúa en los 11 años, 3 años por debajo de la edad recomendada por los profesionales.
Cuando preguntas a los progenitores por qué han comprado un teléfono a su hijo, suelen fundamentar la decisión con aspectos relacionados con la seguridad y el control: «- Se dónde está…, - Puedo localizarlo… - Me puede avisar si tiene algún problema…, etc.». Cuando le preguntas a los jóvenes por qué quieren un móvil, suelen responder con temas relacionados con la comunicación con los amigos y la independencia: «-Estar enterado de lo que pasa…, - Compartir cosas con los demás… - No depender de mis padres..., etc.» Teniendo en cuenta estos aspectos podríamos entender que los fundamentos de uso son muy diferentes entre padres e hijos.
Antes de tomar la decisión de comprar un móvil deberíamos hacer algunas reflexiones. A diferencia de los padres, los hijos son «nativos digitales». Es decir, han nacido ya en un mundo plenamente tecnológico, desde muy pequeños han tenido contacto con el móvil de sus padres y saben manejarlo incluso mejor que ellos. Por lo tanto, no es algo nuevo, lo llevan usando desde que nacen. No piden tener un móvil, solicitan tener su propio móvil, sentimiento de propiedad y privacidad.
Uno de los cambios más significativos que se ha producido en la era Smartphone es el acceso inmediato a la información. En una veintena de años se ha evolucionado de la carencia al exceso, pasando a tener mucha información y una gran dificultad para gestionarla. En ocasiones, para los jóvenes es su yacimiento de aprendizajes sobre temas como la sexualidad, las drogas, la alimentación, etc. con todo el riesgo que esto conlleva. En otro rango, aparece la gestión de la información personal y su privacidad.
Reflexionar sobre cómo suelen gestionar sus propiedades. Identificar si se tienen claros y consensuados los acuerdos y tiempos de uso. Definir qué tipo de aplicaciones se pueden usar y cuáles no. Evaluar si somos un buen referente al que imitar. Y sobre todo, verificar si nuestro hijo tiene capacidad para autogestionar el acceso a la información que ofrece un teléfono inteligente. Por lo tanto, no sería una cuestión de edad, sino de madurez tecnológica.
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