La celebración del Día del Orgullo LGTBIQ es una reivindicación, una llamada de atención ante un fallo de nuestra sociedad. Significa que todavía algunos se creen con derecho a juzgar si está bien, mal o regular que fulanito y sutanito se quieran, se toquen, se besen o hagan con sus cuerpos lo que ambos de común acuerdo tengan a bien. O que sigan habiendo trogloditas que crean que a alguien se le puede «hacer heterosexual a hostias» como hemos visto y oído recientemente. O que la homosexualidad es algo que se puede «curar», como si de una enfermedad se tratase.
Menos mal que nos quedan los tolerantes: «Yo tengo amigos homosexuales, eh?» o aquel que dice de otro: «Es gay pero es muy buena persona». Como si una cosa estuviese reñida con la otra.
La homofobia, como el machismo están en el ADN de nuestra sociedad, en nuestra educación. Nuestro día a día está lleno de esas expresiones y actitudes a las que no damos importancia, pero que siguen perpetuando el desprecio al/la que vive su sexualidad de una manera diferente a la nuestra.
Aunque nuestro país ha recorrido mucho camino en el reconocimiento de los derechos de los homosexuales, parece que ahora algunos quieren retroceder a periodos en blanco y negro y de naftaleno olor.
El amor según la ciencia es un proceso químico en el que participan hormonas, feromonas, neurotransmisores y el hipotálamo, la amígdala, la corteza prefrontal y algunas partes más de nuestro cerebro, ahí es nada. Así que dejemos que cada uno viva esto del amor según determine su núcleo accumbens y todos tan felices.