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Borrones y tachaduras

No valen excusas ni echar balones fuera

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No sé si hay muchos periodistas que escriban más artículos de opinión y colaboren en más medios en Baleares que yo. Doy mi opinión en siete medios distintos, de prensa escrita –como Periódico de Ibiza y Formentera–, digitales, televisión y radio; sólo uno público y el resto privados. Es algo que me satisface, porque no lo estaré haciendo tan mal como a veces me temo; pero eso me obliga a ser más responsable, porque nadie te llama para que digas estupideces ni para que avientes insensateces en sus medios.

Fundamentalmente escribo opinión, que es muy distinto a escribir información, pero uno realmente no puede poner negro sobre blanco lo que le da la gana cuando escribe para un medio de comunicación serio y firmando aquello que publica. Esa es la diferencia que hay entre escribir para un medio y escribir en las redes sociales, donde además de ampararse en el anonimato que proporciona un seudónimo, no hay por qué ponerse ningún filtro y puede uno verter las barbaridades que se le pasen por la cabeza.

En un medio, uno no puede difundir lo primero que se le ocurre, pues podría incurrir en responsabilidades legales, al igual que la sociedad editora. Pero ahí tenemos las redes sociales atestadas de intervenciones e hilos de Twitter, o como demonios se llame ahora, que parecen noticias contrastadas, pero a menudo no son más que opiniones o invenciones de no se sabe quién ni con qué intención. Muchos le dan la misma verosimilitud o incluso más, pero son mundos distintos y en nada comparables.

Llevo días escribiendo sobre los terribles sucesos acontecidos en la península con motivo del temporal y la riada del pasado martes 29 de octubre. Soy consciente de que, en estas circunstancias, uno no es objetivo, porque me ha tocado de cerca al tener miembros de mi familia política y también amigos y allegados damnificados por la tragedia causada por esa virulenta DANA sin bautizar. Siendo realistas, la opinión pocas veces es neutral ni objetiva, pero debe tratar de ser comedida y moderada, aunque no siempre se consigue.

Me conmueve ver a la gente sufrir innecesariamente. Si es por egoísmo, avaricia o maldad de alguien en mejor posición que abusa de ella, me resulta imposible callar. Si la causa del sufrimiento es el fallo humano, tendemos a ser comprensivos y empáticos, porque todos podemos equivocarnos. Pero debe reconocerse el error y trabajar por enmendarlo. Cuando vemos a los autores de la equivocación ponen excusas absurdas, tiran balones fuera o, más comúnmente, tratan de endosar el muerto a otros, la indignación se abre paso irremediablemente.

Conforme pasen los días y las semanas, veremos muchos ejemplos de esto. Ya lo estamos viendo. Tratarán de convertir en una batalla política lo que no es más que incompetencia y negligencia de autoridades y responsables públicos que tenían la responsabilidad de actuar ante la catástrofe y no lo hicieron; o lo hicieron tarde y mal. Sea por acción o por omisión, las consecuencias las pagan los más de 220 fallecidos y sus familiares y amigos; y las decenas de miles de damnificados, muchos de los cuales lo han perdido todo. Por todos ellos, una vez concluyan las tareas más urgentes, es preciso esclarecer todo para aprender de los errores. Y habrán de asumirse responsabilidades, algo que empieza a ser un clamor general.

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