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Opinión

El Rey desnudo

| Ibiza |

Cuenta la fábula escrita por Hans Christian Andersen en 1837 titulada El traje nuevo del emperador, también conocida como El Rey desnudo, que a éste le confeccionaron unos pícaros un traje con una tela mágica tan suave y delicada que tenía la cualidad de resultar invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Cuando lo lució nadie se atrevió a reconocer que no podía ver la prenda y que el emperador paseaba completamente desnudo por temor a ser descalificados o excluidos. De hecho, afirmaban con absoluta rotundidad encontrarse sorprendidos por ser el traje más bello jamás visto. Tan solo cuando un niño se atrevió a gritar desde su inocencia «el emperador va desnudo» cayeron en la cuenta del tremendo engaño sufrido, encontrándose para entonces muy lejos los intrépidos sastres portando con ellos los ricos metales que habían recibido para realizar tan preciada prenda.

La metáfora que rezuma la obra se concreta en negar una verdad obvia y evidente por un mero temor, aun a sabiendas de su más absoluta irrealidad. A compartir de forma pública y colectiva una atrocidad a pesar de reconocer de forma individual y privada su total incoherencia. A aceptar la certeza de una mentira tomada como verdadera por muchos sin verificación alguna, pero sin caer en la cuenta de que no siempre tiene que ser verdad lo que todo el mundo afirma de forma rotunda. Y es que la opinión colectiva moldea irremediablemente la propia en lo que se conoce como el poder de la mayoría, frente a la que debe prevaler la valentía para enfrentar la verdad, aunque ésta resulte incómoda, molesta o políticamente incorrecta. Esta misma idea se aprecia también en múltiples obras de la literatura patria como, entre otras, en El conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, en El buen aviso, de Juan de Timoneda, e incluso en El retablo de las maravillas de Miguel de Cervantes.

Curiosamente, los Jueces y Magistrados de nuestro país también deben procurarse un vestido como el del emperador, no solo para no pasearse desnudos, evidentemente, sino también, y ahora sin fábula alguna, para no resultar incapaces o no aptos para el relevante cargo que desempeñan. Sí, esa toga negra, con o sin puñetas blancas adornando sus mangas y el correspondiente escudo del Poder Judicial, dorado o plateado según su categoría, al que algún artista con chispa denomina jocosamente bata, batín o directamente capa de Batman. La misma simboliza el carácter solemne, sobrio y de respeto que debe presidir la actuación judicial, promoviendo la igualdad y el equilibrio entre las partes y sus abogados, tal y como se deriva de la Exposición de Motivos del Reglamento 2/2005, de honores, tratamiento y protocolo en los actos judiciales, resultando completamente obligatorio su uso en audiencias públicas, reuniones del tribunal y todo tipo de actos solemnes, conforme prevé el artículo 187.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Pero lo que muy pocos conocen es que, a pesar de ser de uso imperativo y a diferencia de cuanto ocurre con otros colectivos que a todos nos vienen irremediablemente a la mente, la toga debe procurársela y costeársela cada uno personalmente para ejercer la potestad de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado con la que ha sido investido.

Se ha venido reclamando desde hace años por distintas asociaciones judiciales que sea el propio Estado quien, a los integrantes de su tercer poder, nada más y nada menos, les provea de la herramienta obligatoria, necesaria e imprescindible para el desempeño de la labor de administrar justicia en el nombre del Rey que tienen constitucionalmente atribuida y que viene simbolizada, precisamente, por dicha toga, petición que ha sido sistemática e incomprensiblemente desatendida de forma totalmente incoherente, negándose una verdad obvia y evidente que afecta especialmente a los nuevos y jóvenes jueces que, ya en su fase práctica de formación, se ven obligados a realizar un importante desembolso para adquirir una prenda que va a resultar preceptiva en los juicios y actos en que intervengan en tal condición. No, no se venden en Aliexpress o Amazon. Tampoco en Zara, sino tan solo en unas cuantas sastrerías especializadas. Y no crean que vale cuatro duros, sino que su precio ronda los trescientos euros. Siempre se utiliza la misma excusa, la falta de presupuesto, como si la toga no fuera una herramienta de trabajo, de carácter institucional y necesaria, de la que deba dotarse a todo trabajador, como lo son los uniformes de las Fuerzas Armadas, de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, de los cuerpos de bomberos o de los profesionales médicos y sanitarios de los centros públicos de nuestro país, entre muchos otros.

Ya sé de antemano lo que algunos haters van a soltar por esa boquita. Que ya estamos pidiendo otra vez y que lo que hay que hacer es trabajar más y reivindicar menos. Ya lo siento, pero lo haré, porque parece que sí hay fondos, aunque solo para lo que a algunos les interesa. ¿Qué les parecería si un agente de la Policía Nacional, conforme accede al cuerpo superando la correspondiente oposición, tuviera que adquirirse, además de la placa, las esposas o el arma, el uniforme de trabajo, de representación, de gala y de gran gala o los uniformes de las unidades especiales y servicios específicos? ¿Y que un bombero tuviera que comprarse el traje, casco, guantes y botas ignífugos necesarios para desarrollar su trabajo? A ver, que no se está pidiendo que faciliten la peluca blanca y el mazo, elementos éstos que todavía hay quien cree que se utilizan en nuestros tribunales de justicia cuando ni son preceptivos ni de uso legítimo. Tan solo la dichosa toga, nada más. Ya nos encargamos nosotros de llevarla después a la tintorería, descuiden, que las puñetas no crean que se conservan blancas por intervención divina o generación espontánea.

No se cansen. Seguimos siendo la hermana fea de la Administración Pública, aquella en que la no se debe invertir para que después la ciudadanía tenga motivos para quejarse porque sus asuntos se ralentizan a pesar de ser uno de los tres poderes del Estado, tan relevante como los otros dos. Pues piensen que si no hay ni para las preceptivas togas menos aún para otros medios materiales y personales necesarios como pueden ser, por ejemplo, los códigos de leyes que ya no suministran y que debe procurarse también cada uno si quiere consultarlas en la sala de vistas más allá de su disponibilidad en las bases de datos digitales accesibles a través del ordenador. Ni qué    decir tiene que ya podemos esperar sentados a que alguien comprenda de una vez que la solución a muchos males pasaría por la necesaria actualización del plus de insularidad o por terminar el dichoso edificio judicial. Pues nada, algún día nos pondremos una toga de esas hecha con la tela más suave y delicada posible que, además, tenga la cualidad de resultar invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. A ver si escucho eso de «el juez va desnudo» o, por temor, todos afirman ser la más bella jamás vista. No me dirán que no estaría bien ¿eh?

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