A sus 89 años, el joven Antonio Baciero sigue tocando enamorado. ¿Es que hay otra manera? La emoción viene del corazón y crea una corriente erótica que asusta a los cerebrales. Ya lo decía Arthur Rubinstein en una ocasión que juzgaba en concurso a Claudio Arrau. El pianista chileno había pasado por una crisis y le dio por competir con unos aspirantes que daban siempre la nota perfecta, como si fuesen máquinas. Entonces salió Arrau, errando alguna, pero creando el halo mágico que seduce y transforma, ese algo que realmente te eleva y puede cambiar tu vida, rescatándote como Nausicaa cuando eres un náufrago en la orilla solitaria. Como el propio Arthur cuando tocaba enamorado de una gitana de verde luna, como Richter y sus amores marineros, canallas y portuarios entre las sonatas de Schubert, como Horowitz burlando a Wanda, como Baciero entre las al.lotas pitiusas…
Cuando eres joven, lo eres para toda la vida. Y así recibes continuamente las flechas de Eros y dardos floridos de Kama, el aliento afrodisio, el rayo divino que te saca de las sombras para celebrar la vida con plenitud. ¿Inteligencia artificial? Prefiero un corazón natural, Panta Rei, y la zambullida eterna en las uvas doradas del río de la vida.
El maestro Baciero nos regaló un fabuloso concierto en San Carlos, fortín melómano de la familia Ferrer. Y –me di perfecta cuenta entre los vapores del vodka de mi querido Anitas— cabalgaba en el aire la flecha del éxtasis, lo real maravilloso. «Hasta hoy—confiesa Beethoven—he sido como aquel niño de los cuentos de hadas que va recogiendo guijarros y no ve la flor espléndida que ha brotado del camino». Amor inmortal, elixir de juventud, oda a la Alegría.