¡Qué gran bar era el Rafal de María y Vicent «Fletxa» Marí! Oasis dipsómano de personalidad inmensa, bondad con los sedientos, maestría culinaria, simpatía y cortesía pitiusas que atraían a una fauna variopinta y siempre divertida de nativos y forasters. A su marcha comenzó la vulgar decadencia del precioso barrio de La Marina y aplanaron el espíritu del Paseo de Vara de Rey, súbitamente invadido por garitos de fusión estándar y unos rebaños amorfos donde ya no estás seguro de lo que comes ni con quién te encamas. Una moda uniformada que se ha corrido por gran parte del territorio isleño, con la invasión de nuevas hornadas de adicción digital, sin sabor alguno, que aceptan copas servidas de antemano con medidores anglocabrones, y no se atreven a protestar ante tamaño sacrilegio.
Ibiza y Formentera siempre han sido islas de grandísima personalidad, por historia, belleza y el salvaje atractivo de sus indígenas, descendientes de corsarios que lucharon a sangre y fuego para mantener su gloriosa independencia; de ahí la proverbial tolerancia y un modo ejemplar de vive y deja vivir, pero no des el coñazo. Por eso era refugio de outsiders y ácratas, con dinero y sin dinero, y ciertamente mucha más elegancia.
¿Recuperaremos ese sabor perdido, esa personalidad antigua que nunca debiera haber pasado de moda, esa maravillosa libertad ante las prohibiciones igualitarias del molde del más bajo denominador común? Es necesario acordarse de atreverse y poner firme a tanto cretino que nos quiere ver como animales en riesgo de extinción. Al fin y al cabo, el péndulo histórico siempre ha tenido una oscilación histérica.
Y hoy brindo por María Serra, magnífica mujer que hacía el mundo más luminoso, y mando grandísimo abrazo a su familia.