La reintroducción del servicio militar en varios países europeos, como Croacia, Bélgica, Francia y Alemania, es un síntoma evidente de vulnerabilidad. La invasión rusa de Ucrania ha devuelto a Europa a una lógica de defensa convencional que muchos creíamos muerta. Y, ante esa realidad, gobiernos que presumían de pacifistas, corren a reclutar jóvenes para apuntalar unos ejércitos que dejaron adelgazar. España observa este debate desde la barrera, porque de una forma un tanto inconsciente, aquí no se percibe la vulnerabilidad que sí sienten en Polonia, los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y los nórdicos (sobre todo Finlandia). Aquí el servicio militar obligatorio se suprimió durante el gobierno de José María Aznar (PP), una decisión histórica que modernizó las Fuerzas Armadas. A cambio, se impulsó un modelo profesional basado en la voluntariedad, la especialización y la integración plena en estructuras aliadas. Y, además, existe desde hace años la figura del reservista voluntario, una vía para que cualquier ciudadano pueda formarse y activarse en caso de necesidad. El país ya tiene, por tanto, una herramienta de movilización parcial sin necesidad de reinstaurar la antigua ‘mili’. Pero, ¿Europa vuelve a la conscripción porque lo exige la defensa, o porque sus gobiernos han sido incapaces de sostener presupuestos militares realistas durante veinte años? Es fácil llamar a filas a toda una generación; lo difícil es invertir en tecnología, logística y equipamiento, fortalecer la industria propia y asumir que la defensa cuesta dinero incluso cuando no hay conflicto bélico a la vista. En España, donde el modelo profesional ha demostrado solvencia y prestigio, mirar atrás sería un error monumental y nadie se lo plantea. Pero recordemos que si un país de la OTAN es atacado, todos deben responder por igual. Y la amenaza rusa es cierta y va en aumento.
La amenaza que España no quiere ver
Joan Miquel Perpinyà | Ibiza |