La magia de la Navidad es superior a la inquina de los mequetrefes espirituales. La estrella irradia los cielos como guía de los que han perdido el paso vital, la ilusión es manantial inagotable que produce delicia eterna en quien se atreve a beber. Y esta noche habrá rapaces cantando y familias brindando, también vagabundos bebiendo de la misma botella por calles heladas, jardines furtivos y cuevas encantadas; habrá hadas—ellas siempre van por delante—que regalan su gracia a los desesperados para recordar que a cada momento, a cada instante, se ofrecen oportunidades de aventura. Navidad: renacimiento personal en la danza del mundo, chispa que ilumina las tinieblas, bendita esperanza y Amor Omnia Vinci. ¡Qué chorrada esa de pensar que tan solo hay una ola! Las olas vienen cuando quieren y tendremos maravillas para surfear siempre que estemos amorosamente despiertos.
Sentir es otro medio de conocimiento, va mucho más allá de la limitada razón con que los ateos existencialistas quieren limitar nuestras infinitas posibilidades. Su «pienso luego existo» no me convence más que mi coito ergo sum. ¿Para qué querer explicar algo que jamás podrá constreñirse a las palabras? Ser-Consciencia-Gozo, despiértanos alegres y danos sabiduría.
También se expande una fiebre consumista que recuerda a las saturnalias romanas, cuando se posponían guerras y negocios, intercambiaban regalos, liberaban prisioneros y se bebía a la salud de Apolo con el nacimiento del Sol invicto. Los pueblos del norte celebraban el nacimiento de Frey, dios del sol naciente, lluvia y fertilidad. En esas fiestas adornaban un árbol perenne, Yggdrasil o árbol del Universo, que hoy en muchas casas se ve junto al belén, como María es el eterno femenino que se alza sobre el desierto patriarcal del monoteísmo semita.
Brindo por la Madre y el Niño y os deseo muy Feliz Navidad.