Muchos de nosotros nos hemos criado con las películas de Tarzán y los reportajes de la National Geographic. Soñábamos con emular al trágicamente desaparecido Félix Rodríguez de la Fuente o atravesar la extensa sabana y la densa selva a lomos de un imponente elefante que ahuyentara los feroces leones y las temibles tribus de salvajes caníbales.
Mezcla de leyenda y de nieves del Kilimanjaro, el África negra siempre nos ha fascinado, desde niños, y nos hemos creado esa imagen idílica y artificiosa que las agencias de viajes se encargan de potenciar entre clientes de alto poder adquisitivo y cámaras provistas de potentes teleobjetivos listas para captar la esencia de los sueños.
El África real, en la actualidad, dista mucho de nuestros sueños. Es un continente fascinante, cierto, pero demasiado a menudo repleto de inmensas desigualdades y objeto de la explotación de los países ricos y sus grandes corporaciones, capaces de destruir sociedades enteras para obtener minerales y maderas que acaban siendo nuestros muebles y los componentes de nuestros aparatos electrónicos. La población autóctona carece de los servicios más básicos y cada día se hacina más y más en grandes urbes híper contaminadas donde sus culturas y lenguas ancestrales se disuelven en un maremagno llamado globalización.
El cambio y la brizna de esperanza para que esto no acabe como el Rosario de la Aurora, está en la educación; la mejora de la de los de ahí, para que tengan mejores oportunidades, más conocimientos y posibilidad de ser autosuficientes, y en la de los de aquí, para que sean capaces de empezar a entender que es África y como, quizás, poder echar una mano en algún futuro no muy lejano.
Es por eso que estos días Daniel, de los masai de la región de Monduli Juu, en el norte de Tanzania, y Paquita Marí, periodista del diario Úlitma Hora y cooperante de la ONG balear Wosen Yelesh, están de visita en Formentera, donde se encargan de impartir diversas charlas y coloquios donde se muestra la realidad del continente desde un punto de vista local, focalizando en el día a día de la aldea de Enguiki, una comunidad de etnia masai integrada por unos 6.676 adultos y 2.000 niños y niñas de edades comprendidas entre los 0 y los 10 años.
La primera parada de este ciclo en la menor de las Pitiusas ha sido en la sala de actos del IES Marc Ferrer. Allí, y durante casi una hora, los alumnos de diversas clases del centro han podido escuchar en voz de Daniel y con el soporte de fotografías y vídeos, cómo funciona una sociedad rural de una tribu, la suya, repartida entre Kenia y Tanzania y con tres millones y medio de integrantes. Han podido saber de los esfuerzos diarios para poder obtener agua o de los quilómetros a pie que han de recorrer cada mañana los más pequeños para poder asistir a clase. De lo importante que es no perder una lengua propia cada vez más relegada en favor de la lengua del estado o del porqué de desayunar sangre de vaca mezclada con leche. Los vestidos, la sequía, el ritual de paso de la infancia a la edad adulta, las danzas, la relación del masai con su entorno y su tierra y muchos otros temas han sido expuestos y tratados en un coloquio donde chicas y chicos han podido preguntar, satisfacer su curiosidad y, tal vez, empezar a ver y a querer a una África que, tan cerca pero tan lejos de los circuitos turísticos para amantes del ‘postureo' en redes sociales, necesita de gente que crea en sus posibilidades.