Toni Serra (Ibiza, 1954), de Can Miqueleta, en Santa Gertrudis, es un hombre más que polifacético. Dedicado al mundo del campo, arrastra una historia vital en la que ha impulsado una gran variedad de iniciativas sociales, culturales y deportivas.
— ¿Es usted payés?
— He nacido y crecido en la payesía siempre, pero nunca me he ganado la vida con la agricultura. Me la he ganado con otras muchas cosas.
— ¿Como cuáles?
— Comencé en la hostelería antes de dedicarme al taxi durante tres años, después de camionero, también en una empresa de cerramientos metálicos y de seguridad y, más adelante, estuve como mecánico y de mantenimiento en la fábrica de ladrillos durante 37 años. También he estado en la cantera, en todo lo que tiene que ver con la producción de cerámica. He pasado por todos los puestos en la fabricación de ladrillos.
— La fábrica de ladrillos de Ibiza, fue una empresa muy importante en la isla, ¿verdad?
— Así es. Hasta que la cerraron había sido la mejor empresa estratégica de la isla. Tenía todas las ventajas, la materia prima, la clientela y además la ventaja de los precios. Ten en cuenta que el transporte de ladrillos desde Dénia vale lo mismo que fabricarlos.
— ¿Cómo se preparó para ser mecánico?
— En mis tiempos no había estudios de mecánica como hay ahora. El hecho de ser camionero ya te obliga a saber algo de mecánica y también aprendí trabajando en los cerramientos mecánicos. Una vez que entiendes el funcionamiento de los mecanismos del motor es como el agua: si abres por un sitio y no sale por el otro, es que algo pasa dentro del motor. En un motor es lo mismo si entiendes el funcionamiento desde que entra la gasolina y estalla en el pistón hasta que la potencia llega a las ruedas. A partir de allí da igual si es una moto o una grúa, solo que le vas añadiendo unos u otros elementos. Es todo cuestión de lógica.
— ¿Renunció muy pronto a su etapa en hostelería?
— Comencé sobre el año 72 o 73 oficialmente en un restaurante de Sant Miquel y después en un hotel. Allí aprendí a hacer cócteles, y más adelante los preparaba en el Tiki, que era del mismo dueño que el Xaloc, en el que también estuve trabajando, tanto como camarero como de seguridad, que en aquellos tiempos se hacía de todo. Pero antes ya había estado ayudando como camarero en algún bar de Santa Gertrudis, como cualquier estudiante. A decir verdad, siempre he sido muy polifacético. No me gustan las cosas sencillas y desde siempre me he metido en todo tipo de asuntos, más allá de lo profesional. Desde bien joven he estado involucrado en fundación de la Asociación de Vecinos o de la Sociedad Cultural (junto a Rayner Pfnür) de Santa Gertrudis o de equipos de fútbol. También estuve involucrado en la creación de la primera asociación ferial. A mediados de los 80 organizábamos ferias por toda la isla. Además soy de los 17 fundadores del Club SAMID, la sociedad de artes marciales. Todavía existe a día de hoy en la casa de la iglesia.
— ¿Practica artes marciales?
— Sí. Aunque lo mío es el judo, he practicado otras disciplinas. Cuando fundamos el SAMID, por ejemplo, también practicaba karate y aikido. Las tres disciplinas a la vez. Eran los tiempos en los que trabajaba como en el Xaloc y en el Tikis. Sería a mediados de los años 70. Yo no era más que un niño payés de Santa Gertrudis. Imagínate lo que era la clientela de una discoteca de esos tiempos, me parecía peligroso y pensé que lo mejor era aprender a defenderme, que la gente cuando bebe se vuelve extremadamente gilipollas. Así que comencé a aprender judo con Pascal. Pero el arte marcial predominante era el aikido. Marcel Bofé era un gran maestro que vivía en Ibiza. Yo diría que es uno del éxito del aikido en Europa. Marcel traía a una eminencia, descendiente directo del creador del aikido, que se llamaba Tsuda. Venía gente de toda Europa a Ibiza a sus clases.
— ¿Sigue practicando?
— De alguna manera sí, pero hace años que lo dejé. Las artes marciales, más allá de lo físico, son una filosofía. Te enseña a resolver problemas antes de que sucedan y eso se sigue practicando durante toda la vida.
— Entre todas sus facetas enumeraba la de fundador de la A.V. de Santa Gertrudis. Seguro que vivió anécdotas remarcables en esos años de un cosmopolitismo recién estrenado.
— Sí, muchas. Hubo una que fue muy sonada. Era 1978 y por Semana Santa se hicieron dos días de arte. Resulta que en Santa Gertrudis había mucho artista importante que iba de hippie, pero que vendía su obra a nivel internacional (Fulljames, Raynier, Buades, Nesguen, Taylor...). Así que decidieron mostrar su trabajo en el pueblo para que se supiera cómo se ganaban la vida. También participé yo, que hice mis pinitos en la pintura. Era el único español. Todo el pueblo se volcó. Santa Gertrudis entero era una exposición. El tema es que Michel Buades presentó una obra que había estado expuesta en la sede de la UNESCO de París y que estaba donada al museo Joan Miró. Se trataba de un homenaje a Sísifo que consistía en una gran chaqueta de unos seis metros colgada de una estructura y colocada en el solar de detrás de la iglesia. El cura, Don Toni, que llevaba también la parroquia de Sant Miquel, un día que iba un poco mamado lo interpretó como una burla y la escultura acabó destrozada y quemada por una turba de gente venida de Sant Miquel arengada por el cura y el policía. Cuando Rayner vio lo ocurrido, cogió una tiza y escribió el verbo to be en el suelo. El policía le llegó a encañonar en la cabeza para que lo borrara con la lengua. No lo borró.
— ¿Cómo vivió el pueblo este capítulo?
— Con estupefacción, le pareció una barbaridad lo ocurrido. Era la época en la que se coció todo lo que ha venido después y había una mezcla muy curiosa de gentes en el pueblo. Los bares solo abrían los fines de semana y empezaron a abrir a diario, ese fue el momento en el que se formó lo que es hoy. Como siempre había aparcamiento, la gente venía, a la vez que era una especie de meca de los hippies. Cada miércoles hacían el mercadillo, que fue cuando empezó a abrir el Costa, que les cobraba las deudas en forma de arte o especias.