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«Antes, los millonarios venían a comprar; ahora mandan a sus sirvientes»

Cati Roig representa a la tercera generación tras el mostrador de Can Reial

Cati en su tienda Can Reial con su tía, Catalina al fondo.  | Toni Planells

| Ibiza |

Catalina Roig, Cati, (Es Cubells, Ibiza, 1968) lleva más de tres décadas tras el mostrador de la tienda que lleva el nombre de su familia en Es Cubells, Can Reial.  Representa a la tercera generación de mujeres de su familia que regentan esta pequeña tienda de pueblo por la que también han pasado figuras de relevancia mundial.

— ¿Nació usted en Ibiza?
— En Es Cubells. Mi padre era de Can Vicent de l'amó, pero yo soy de Can Reial, que es donde nací, en la casa que se llama Can Xanxu. La finca era de mi abuelo por parte materna, Bartomeu, y es donde crecí. Mi padre era de la parte de Cala Vedella, mis abuelos eran de allí. Fue pescador hasta que se hizo patrón de los que pasean turistas por Sant Antoni. Era la época. Nos dejó este año a los 87 años.

— ¿Su madre se dedicaba a la tienda que regenta usted a día de hoy?
— No. De la tienda se ocupaba mi abuela, María. Bastante trabajo tenía mi madre, que se llama María también, con sus cinco hijos, María, Bartolo, Vicente, Pepita y yo, que soy la pequeña.

— ¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Es Cubells?
— El primer colegio al que fui fue al Seminario de Es Cubells. Con salir de casa cinco minutos antes de que tocara el timbre ya llegaba a tiempo. Pero solo pude ir un año. Cuando lo cerraron tuvimos que ir hasta el pueblo, Sant Josep, a las escuelas que había allí. No teníamos transporte e ibamos en bicicleta. Cuando, por fin, abrieron l'Urgell ya sí que pusieron transporte.

— En bicicleta, desde Es Cubells hasta Sant Josep, no es poca cosa.
— No, tardaríamos unos tres cuartos de hora en llegar. Luego había que volver, que terminábamos a las cinco. Pero es que no había otra cosa. Yo tendría unos ocho o nueve años y nos íbamos juntando los chavales del pueblo, de todas las edades, a lo largo del camino. Si no llovía era hasta divertido. Y si llovía nos mojábamos, tampoco era más grave. Eso sí, como se cayera alguno de los que iba delante, era como en la Vuelta Ciclista, se armaba una montonera en la que caíamos todos. Lo de las rodillas peladas estaba a la orden del día.

— ¿Comían en la escuela?
— En la escuela, sí. Pero no en el comedor, que no había. Teníamos que llevarnos una fiambrera con la comida que nos preparaba mi madre. Lo que pasa es que si no te gustaba, no había ningún adulto que te controlara y ya te puedes imaginar donde acababa la comida. Después, en l'Urgell, ya sí que, por fin, había comedor y mi madre se podía quedar tranquila. Después, al instituto, ya fui a Vila. A la Consolación. Allí iba con una vecina, Antonia, que como trabajaba en Gasifred me llevaba cada día. Piensa que la relación con los vecinos aquí es más que con la familia. Los vecinos somos quienes nos ayudamos cuando necesitamos alguna cosa.

— [Entra una señora mayor extranjera, le da unas llaves a Cati y se despide de ella hasta septiembre. A Cati se le escapa un gesto de tristeza o melancolía cuando la mujer se marcha]
— Es Bárbara. Para mí es como una madre. Mi madre trabajó con ella 25 años y a mí me conoce desde hace 50. Pasa los veranos aquí desde siempre. Lo que pasa es que se ha quedado viuda y ha vendido la casa. Es el último verano que pasa aquí. Nos duele mucho, pero la vida es así.

— Justo me estaba hablando de la relación con los vecinos de Es Cubells. ¿Los extranjeros que tienen casa en la zona han sabido entrar en esta relación?
— Los de antes sí. Te lo puedo asegurar. Los jóvenes que vienen ahora son estúpidos totales. Antes no te hubieran permitido que no les tutearas, te trataban de igual a igual. Y hablamos de gente de un nivel muy alto, pero el trato era humilde. Venían a comprar cualquier cosa ellos mismos. Ahora vienen sus sirvientes.

— ¿Reconocían a estas personas?
— Claro. Ha habido mucha gente famosa por aquí. No recuerdo su nombre, pero el padre de un buen amigo que jugaba con nosotros como uno más, Johnatan, creo era actor de cine. También venía mucho Mike Oldfield cuando vivía por aquí, o Naomi Campbell y Linda Evangelista. Una vez se casó una de estas modelos de élite (no recuerdo cuál), y vinieron todas a comprarse zapatos de esparto para ir a cenar. Ursula Andress era otra de las personas famosas que también solía venir siempre a comprar cuando estaban mi abuela y mi tía.

— [Catalina, la tía de Cati, interviene en la conversación recordando una anécdota respecto a Ursula Andress]
— Una vez vino Ursula Andress de buena mañana. Se le había acabado el café y vino ella misma a comprarlo. Te puedo asegurar que, recién salida de la cama y sin maquillaje, no parecía la misma. (Ríen las dos).

— ¿Cuándo se abrió la tienda?
— La fecha que sabemos de manera exacta es en la que se abrió el bar: el 16 de julio de 1958, por las fiestas del Carmen. Hoy mismo hace 63 años. La tienda se abrió ese mismo invierno.

— (Felicidades!) ¿Qué les llevó a abrir estos negocios a sus abuelos?
— Mi abuelo, Bartomeu, era pescador, pero le hacía mucha ilusión tener su propio negocio. De hecho, en su casa, Can Xanxu, tenía montado una especie de bareto en el porche. Allí se jugaba a cartas, se tomaba una copita y se podía comprar lo que hiciera falta. Porque él mismo se ocupaba de ir con un vecino a comprar material a Vila para vendérselo a los vecinos. Traían harina, azucar... pero claro. Pero lo vendía en casa, al parecer, la casa era un ir y venir de vecinos, los hombres, por un lado, tomando una copa y jugando a las cartas, y las mujeres, por otro lado, charlando entre ellas. Al final mi abuelo logró su ilusión, que era abrir el bar y la tienda. Así que mi abuela estuvo en la tienda con mi tía Catalina. Cuando murió mi abuela, fue cuando yo empecé a venir a trabajar hasta día de hoy.

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