La imagen y la explicación se ralentizan como el paso de la Tortuga, adquiriendo el peso del tiempo, la ancianidad del saber. Nada incita a la aceleración, es la sabiduría del tiempo en calma. Invita a tomarnos las cosas con calma y a pensar y ser conscientes de nuestra experiencia, de nuestra trayectoria vital. Nos relaciona con una actitud existencial, con los procesos vividos transitóriamente como partes de una trayectoria vital. La vida es una realidad fenomenológica, un punto de partida y de llegada.
Centrados en el aprender a vivir en relación con la materia, y todos los límites, los procesos de aceptación, y los aprendizajes que esto comporta, es la función de la Tortuga. Recordarnos nuestra corporeidad y como este soporte, vehículo, o como queramos llamarle, nuestro cuerpo, es cuanto tenemos para crecer y sanar. No vamos a encontrar ningún otro tipo de herramienta, lo que nos invita a congraciarnos con él. Quienes prefieran denostarlo sepan que se adentran, en una huida y una lucha sin meta ni victoria posible.
La Tortuga nos da la imagen de estabilidad y de aceptación, y de cómo estas actitudes pueden ser precisamente básicas para una larga y saludable vida. Nos invita a poner equilibrio en nuestra vida, y a su vez nos aporta una visión humilde del aliento original de vida como parte de una paciente evolución. El que pueda encerrarse en su caparazón, escondiendo las extremidades y la cabeza, nos advierte de nuestra capacidad de «mirar hacia dentro», de introspección.
Podemos cuando lo necesitamos, y hasta en ocasiones como protección, centrarnos en nosotros mismos, dejando de lado cuanto no suponga apoyo para una estabilidad real. Se relaciona con nuestra capacidad de analizar y seleccionar. Es una sabiduría de la vida sólida y autosuficiente, no excluyente. Representando las fuerzas más internas y sólidas de la Tierra y del Agua, está ahí para proteger lo esencial de la vida, «aguanta el mundo y el universo». Su estabilidad hace que lo esencial prevalezca más allá de todas las pruebas y los riesgos.