Llegó de su Marruecos natal en 1991 con la idea de difundir una de las labores tradicionales más importantes de su país, la artesanía con mosaico de fes. «Aprendí poco a poco la profesión desde que tenía más o menos 14 años. Lo primero que te enseñan es a marcar las piezas para montar más tarde lo que será el mosaico», cuenta el artesano Mohammed Echarifel, que hace mesas, fuentes, suelos, baños, duchas y hasta techos: «En Marruecos hay muchas casas completamente hechas con estos mosaicos desde las paredes hasta el techo y las mesas, por ejemplo. Aquí en Eivissa no es tan habitual; hago más mesas». Según cuenta el artesano, su trabajo debe realizarse en un banco en el que marca y define las piezas con el mankah (un tipo de martillo). El siguiente paso de este proceso de creación es montar todas las piezas en un panel: «El dibujo se tiene que poner boca abajo. Una vez tienes todo el mosaico montado le echas cemento y arena. Lo dejas secar durante dos días y le das la vuelta».
Ya con el diseño delante, Mohammed cuenta que es frecuente equivocarse en una pieza: «Si te equivocas tienes que picar la pieza que has puesto mal y colocarla bien».
El artesano recuerda con cariño cuál fue su primera creación: «La primera pieza que piqué fue un cuadradito. Lo primero que hice fue una mesa llena de cuadrados de diferentes colores». La dificultad depende de la complejidad del diseño y de la forma del objeto: «Las fuentes, ya sean grandes o pequeñas, son difíciles de hacer». Una de las anécdotas que recuerda es el derribo de la casa de Cretu: «Estuve casi dos años trabajando en esa casa. Hice buena parte de los techos con mosaicos. Me supo fatal que la tiraran por todo el trabajo que había hecho allí». De entre los trabajos que recuerda con más cariño figura la réplica de la Alhambra de Granada que tuvo que hacer en un chalet de Eivissa.
María José Real