Un profesor universitario hablaba recientemente del «suicidio de Bolonia», denunciando la carencia de medios y de ideas y la caída del nivel de exigencia en todos los estudios universitarios «con la aquiescencia de todos: profesores, alumnos, padres y Administraciones educativas». Con que el niño apruebe, todos contentos.
Este profesor, que denunciaba que en España hubiera más de 80 Facultades de Derecho, aunque eso mismo sirve para otras muchas carreras y para una estúpida duplicación de titulaciones, decía que mientras la Universidad no mire hacia adentro, no hay nada que hacer. Y que más que de sanidad y empleo había que exigir educación y justicia. El secretario general de la OCDE acaba de decir, basándose en un informe de la Fundación CYD, que el nivel de los estudiantes universitarios españoles es similar al de los estudiantes japoneses de Bachillerato. La calidad de la educación universitaria dista mucho de alcanzar la de otros países. Y sin embargo, el porcentaje de aprobados en selectividad es superior, año tras año, al 97 por ciento, a pesar de que muchos fallan estrepitosamente en materias básicas como lengua, inglés o matemáticas. O cada año se bajan los niveles o resulta que a la Universidad llegan alumnos «fastuosos» que en poco tiempo pasan a tener el nivel de bachilleres. Según el Informe citado, nuestros universitarios fallan en comprensión lectora, capacidad de cálculo y resolución de problemas. Pero, ¿se puede acometer una carrera universitaria si ni siquiera se comprende lo que se lee y no se sabe resolver problemas?
La formación que reciben los alumnos es esencialmente teórica, con una absoluta falta de adecuación al mercado laboral, y cuando se trata de arreglar eso, como por ejemplo con la ley de acceso a la profesión de abogado, alguien se encarga inmediatamente de que sólo sirva para hacer gastar más dinero a los estudiantes y dilatar su ingreso en la vida profesional. Si, además de ese abuso de la teoría los alumnos no son capaces de procesar adecuadamente la enorme información de la que hoy disponen y siguen gregariamente lo que les manda el profesor, y si España figura a la cola de la OCDE en la evaluación del profesorado -un tercio de los docentes nunca se ha sometido a un control externo- la radiografía sólo puede revelar que el mal está dentro.