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REENCUENTRO EN SES MINES ● Los afectados por la riada agradecen el rescate

«Tengo dos cumpleaños pero no soy ninguna heroína, luché por vivir»

Eulalia, Alfredo y los agentes Ricardo y Guillermo celebraron efusivamente el reencuentro, siete días después de una «experiencia brutal» | Daniel Espinosa

| Eivissa |

«La gente me dice que tengo un par y sí, tengo un par... de cumpleaños. No soy ninguna heroína, soy Eulalia Juan. Nací un 8 de octubre, sufrí con mi madre la riada del 77 y el pasado día 21, volví a nacer», nos apunta entre risas Eulalia de Can Fruitera. Ayer por la mañana se reencontró con Guillermo Cruz y Ricardo González, los dos agentes de la Policía Local de Santa Eulària que le «rescataron de una muerte segura». Al feliz encuentro convocado por PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA también se sumó Alfredo Cirelli, el otro vecino de Sant Carles que hoy puede contar la experiencia gracias a la acción de los rescatadores.


«Son unos auténticos fenómenos. Les debemos algo más que una buena cena», apunta Alfredo. Tanto él como Eulalia se desviven por abrazar a los dos agentes.

Hoy se cumple una semana de una experiencia que les ha marcado de por vida, aunque los agentes de la Policía Local le restan mérito y subrayan que su trabajo también conlleva darlo todo en estos casos. «La gente debe saber qué son estos policías: son unos fenómenos. No todo son multas», tercia un Alfredo pletórico de felicidad.

Ya han pasado siete días pero Eulalia todavía no ha digerido el mal trago que sufrió la noche del pasado viernes. Eran las 19.30 horas cuando un torrente de agua se llevó por delante el todoterreno con el que circulaba en dirección a la rotonda de ses Mines.

«Era algo brutal. El coche de Alfredo venía recto hacia mi y no me golpeó de milagro. El viernes no tenía que morir», dice con sonrisa nerviosa Eulalia al tiempo que se lleva las manos a la cabeza, viendo donde fue a parar su coche tras ser arrastrado. «El coche se llenaba de agua y cuando empecé a tragarla, salí como pude. La suerte es que el coche de Alfredo no nos impactó. Hacía mucho frío y estaba muy nerviosa, pero entonces aparecieron los dos policías locales. ¡Madre mía qué noche y qué panorama! exclama el agente Ricardo. «Lo importante es que estamos todos aquí». El agente Guillermo y Eulalia se abrazan fuertemente y los ojos de ella transmiten agradecimiento. Guillermo recuerda que fue Toni Colomar, cocinero de Cas Pagés, quien alertó de la crecida en el torrente de Morna y de que al menos tres coches habían sido arrastrados. Junto a Eulalia y Alfredo también estaba Lucia.

Eulalia se aproxima al lugar donde acabó empotrado su coche y se abraza en repetidas ocasiones al pino donde se aferró como un clavo ardiendo. «Siempre estaré inmensamente agradecida a Guillermo y Ricardo, pero también recuerdo especialmente a Vicent des Puig y su retroexcavadora y a este bendito pino», apunta Eulalia.

Entre la maleza encuentra una chaqueta que perdió. «Esta, como el coche, ya no vale para nada», bromea Eulalia.

Siete días después, los policías Guillermo y Ricardo todavía tienen muy fresca la experiencia vivida por el episodio de lluvias que se llevó tres coches por delante. «Llegó un momento en que era tal el nivel de agua acumulada que no podíamos seguir con nuestro coche. Nos recogió Toni con su todoterreno y subimos un poco más, pero al final decidimos subir andando. El agua nos llegaba por encima de la cintura y en un momento dado vimos que alguien pedía auxilio. Era Alfredo. Le ayudamos a salir del vehículo y lo aseguramos en una señal de tráfico», relata Guillermo. «¡Benditos policías y bendita señal!», añade Alfredo, quien agradece «inmensamente el valor y la acción heroica de los policías».

Una vez rescataron a Alfredo, Guillermo se centró en el rescate de Eulalia. La intensidad con la que bajaba el agua era cada vez mayor. Guillermo alcanzó el lugar donde estaba Eulalia con una cuerda. El rescate por esa zona era inviable y entró en acción Vicent des Puig y su retroexcavadora. Finalmente consiguieron ponerla a salvo portándola a hombros.
Eulalia fue trasladada al centro de salud con síntomas de hipotermia. «Lo que yo digo, no era el día en que tenía que morir».

Siete días después, el frío y los nervios han dado pie a un caluroso y efusivo encuentro entre «amigos de por vida».

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