El escritor catalán Miguel Dalmau visita la isla estos días con un doble objetivo: por un lado recopilar información sobre las « tan importantes huellas ibicencas de Concha García Campoy» para elaborar su biografía; por otro, la charla que mantuvo ayer con el poeta Ben Clark en la librería Mediterrània sobre la controvertida biografía que elaboró de Julio Cortázar o la polémica La mala puta.
Especializado en biografías, sobre las que se considera un pionero de su época, afirma que más que buenas, «son muy buenas» y reconoce que la de Julio Cortázar ha sido su gran labor en este género.
—Es usted hijo de un médico catalán y de una pintora educada en Cuba, ¿cuál es la parte de esa educación cubana de su madre que le ha llegado a usted?
—Mi madre no nació en Cuba, pero creció allí durante la Guerra. Creo que los cubanos son grandes contadores de historias. Tienen una memoria oral muy activa, son muy parleros que ellos dicen o charlatanes y siempre están muy cerca unos de otros, de lo que les pasa, algo que se ha perdido en nuestra cultura. Son pueblos que hablan, que cantan y eso siempre tiene alguna relación con las palabras. El hecho de que las personas conversen, eso es algo muy acentuado en mi madre.
—¿Qué fue lo que le hizo dejar la carrera de medicina y empezar a escribir?
—Un viaje a Italia en segundo de carrera. Fue justo hace 40 años ahora cuando pasé un verano en la Toscana, concretamente en Siena. Me deslumbró la diferencia entre España e Italia. Era un pueblo muy culto, muy inquieto políticamente, libre y la gente se dedicaba al arte y no pasaba nada. En España, en general, con los ecos del franquismo, todavía el arte era una ocupación de segunda o de tercera categoría. El escritor podía ser un individuo sospechoso si no escribía a favor del régimen. En cambio en Italia, eran ciudadanos de primera categoría. Pensé que sería muy divertido trabajar en arte.
—¿En qué momento y por qué decide dejar la novela para comenzar con la biografía?
—Escribí un par de novelitas de nada. Nada relevante. Mis novelas no eran buenas y generalmente, rechazadas por las editoriales. Hay un momento en que salto a la biografía porque siento que si utilizas la técnica narrativa de una novela para contar la historia de un personaje, puede acabar siendo una buena biografía.
Me di cuenta de que nunca iba a escribir una novela cuyo protagonista tuviera tanto interés como coger un buen personaje y contar su vida. Yo nunca hubiera podido inventar un personaje tan rico como Julio Cortázar.
—Si sus novelas no eran buenas, ¿sus biografías sí lo son?
—Mis biografías son valientes y atrevidas. Y muy buenas, no buenas, muy buenas por comparación.
—¿Está de moda el género biográfico?
—Creo que sí, que en los últimos años el género biográfico se está poniendo de moda y ahí sí que me puedo considerar casi pionero. Yo ya escribí una biografía de Oscar Wilde en el año 94 y entonces nadie de mi generación lo hacía.
—¿Cuál es el requisito que debe de reunir una biografía antes de que la acepte como labor?
—Como ocurre en todas las ocupaciones humanas, uno tiene un capital de energía y de ilusión ante un proyecto. Es algo que se va gastando. Tienes que partir de un proyecto muy ilusionante y seductor. Ese sería el requisito. Yo ahora, por mi edad, no me volvería a meter en un proyecto de 6 años.
—¿Qué biografía le gustaría escribir?
—Creo que Cortázar era la última. Ahora estoy trabajando en la de Concha García Campoy, pero es una cosa más reducida. Aquí rastrearé las huellas ibicencas de Concha que fueron tan importantes. Es un trabajo que tengo que hacer y lo haré con mucho amor y cariño, pero no me llevará tanto tiempo.
—¿Ha sido la biografía de Cortázar su gran trabajo por tanto?
—Si alguien tuviera que leer una, yo le diría que leyera la de Cortázar. Por muchos motivos.
—¿Cuáles son los motivos que han generado tanta controversia con ese texto?
—Pues que Julio Cortázar era el gran intelectual de la izquierda, no europea sino internacional, el gran santo laico de la izquierda de fines de los politizados 60 y 70. La izquierda también tiene su santoral, y los santos no se tocan. En mi texto, se da una visión de Cortázar con sus claroscuros, con sus contrastes, a veces con sus debilidades y errores y era san Julio Cortázar, el gran cronopio. Toda esa sismología y aura que había en torno a él, no diría que quede desmontada, pero sí que era un señor como los demás, que él lo sabía perfectamente. Pero es falso, no era un señor como los demás.
Se le iluminó de una manera en sus traumas y demás que no gustó y menos coincidiendo con el centenario en el que había programadas unas celebraciones. Fue una mala noticia. Yo siempre digo que una biografía siempre acaba trayendo una mala noticia.
—¿Cuál es la tarea más difícil de escribir una biografía?
—Hay una labor de investigación que siempre es muy trabajosa. Tienes que entrevistar a muchas personas en torno a una mismo personaje. Por otro lado hay que trabajar los fondos históricos, me gusta que sea una figura enmarcada dentro de una época. Después queda el trabajo más narrativo y del escritor.
—¿Cuáles son las sensaciones que le produce Ibiza?
—Es la primera vez que converso en Ibiza con este gran amigo y poeta que es Ben Clark. Algo inédito y sugerente. A la isla me vinculan momentos muy bonitos del pasado, aunque con el tiempo he ido volviendo. Ibiza siempre está ahí. Significó mucho para la gente de mi generación y siempre que miras atrás, Ibiza brilla con una luz muy especial y deslumbrante.