Caos en el aeropuerto. Un pinchazo en las dos ruedas delanteras de un avión de la Lufthansa procedente de Frankfurt provocó este sábado por la tarde que el tráfico aéreo de la isla quedase paralizado durante más de cuatro horas. El incidente ocurrió pasadas las 15.00 horas y el aeropuerto finalmente se reabrió cerca de las 19.30 horas, provocando al menos 44 cancelaciones (21 llegadas y 23 salidas) y 14 desvíos. Los viajeros, que se contaban por miles, congestionaron mientras tanto el edificio mientras aumentaba su nerviosismo por los retrasos y cancelaciones. La desinformación les alteraba: ante unas pantallas confusas y una oficina de Aena sin personal, los pocos que sabían lo que pasaba era porque lo leían a través de los medios de comunicación.
Cuatro amigos cartageneros alucinaban con la situación: «En las pantallas sale que el vuelo está cancelado, pero cuando hemos conseguido hablar con un guardia nos ha dicho que esperemos porque se reanudará el tráfico aéreo». De los cuatro, solo era uno el que viajaba. Habían venido de vacaciones, «de fiesta loca», y uno tenía que volver ya a su ciudad con el vuelo de las 19.30 horas a Alicante. «Mírame, que con el susto que me han dado estoy bebiendo agua», se reía.
Eran las 18.30 horas pasadas cuando comenzaron a hacer llamadas por megafonía. Por ellas se indicaba la puerta de embarque de algunos vuelos, si bien todavía no salía ninguno. En las escaleras de acceso a la primera planta, donde se encuentra el control, personal de seguridad y agentes de la Guardia Civil tenían montado un perímetro con cintas sobre las que se amontonaban cientos de personas.
Entre ellas se encontraban Fernès y Maite, dos mujeres de Girona que también habían aprovechado sus días de vacaciones para visitar la isla. «A mí no me importaría quedarme unos cuantos días más», comentaba Fernès. Maite lo tenía más difícil ya que comenzaba a trabajar esta semana que entra. «¿Cómo puede ser que estemos tantas horas paradas?», preguntaban ambas, que no se explicaban cómo un incidente así era tan lento de solucionar. «Esto ocurre en la carretera, con un accidente de coche», continúan, «y retiran el vehículo de inmediato. Esto no tiene sentido».
Las gerundenses aprovecharon la espera para hablar con otros españoles que viajaban a Barcelona, como ellas, pero en el vuelo de las 15:00 horas de la tarde. «Nos han dicho los chicos que han acabado dándoles otro vuelo para las 10:00 de la mañana… ¡del lunes!», comentó Maite, alucinando con la situación. Para ellas, que todavía no tenían información sobre cualquier cambio en las pantallas, lo peor del ambiente era que nadie les dijese nada claro. Las amigas acabaron sentadas en el suelo apoyadas en una columna.
En momentos como éste, el aeropuerto se queda pequeño, insuficiente. Las hileras de bancos no dan abasto, la gente termina desparramada por el suelo, con sus posesiones como almohada, y en algunas de las entradas del edificio se forman embudos entre las colas de dentro y los fumadores de fuera. Muy notable era la cantidad de alemanes que aguantaron de pie a la espera de buenas nuevas por parte de la seguridad o la Guardia Civil, así como la comunidad inglesa y las constantes dudas que le transmitían al personal de sus aerolíneas.
Dentro del barullo sorprendía ver a dos mujeres, una de ellas invidente, intentar atravesar la masa de gente hasta llegar a un lugar más tranquilo. Cuando lo encontraron, se pararon frente a una cola de facturación dispuestas a sentarse en el suelo para esperar lo que hiciese falta. «Es muy complicado moverse», explicaban en portugués. Tenían el vuelo a Oporto de las 21.50 horas, que todavía no había sufrido retraso, según las pantallas de información. «No entendemos mucho qué es lo que pasa», indicaba la mujer invidente, al lado de su compañera de viaje. La portuguesa, sin embargo, sonreía porque, según decían ambas, «Ibiza es muy bonita» y «las vacaciones han estado muy bien».
Algunos pasajeros pudieron empezar a subir las escaleras mecánicas, atravesando el control de la Guardia Civil, para dirigirse a sus puertas de embarque. No eran muchos, a eso de las 19:00 horas, pero el movimiento animó a los que quedaban abajo a que sus vuelos no se cancelasen. Algunos de los españoles presentes se quejaban porque la mayoría de los vuelos que anunciaban por megafonía eran al extranjero y no «a los destinos que estamos más cerca».
Una ibicenca viajaba a Madrid para dar una sorpresa a una amiga suya por su cumpleaños, pero se encontró con que la suerte no iba a acompañarle. «Ryanair ya me ha mandado un mensaje de que el vuelo está cancelado, pero aquí en las pantallas no sale nada», afirmaba la joven. «Además», se quejaba su madre, que le había traído al aeropuerto, «en Aena no hay nadie para decirnos qué pasa». Al final, el vuelo de esta joven ibicenca, al igual que el de tantos otros pasajeros, se canceló.
Cabe recordar que no es la primera vez que se paralizan las operaciones en el aeropuerto de Ibiza, pues el pasado mes de junio una avioneta del Ibanat quedó atravesada en la pista y esto provocó el cierre de la misma durante dos horas. En ese momento, igual que esta tarde de sábado 16 de septiembre, se vivió un caos por el volumen de vuelos que maneja, tanto en salidas como en llegadas, el aeropuerto de Ibiza en verano. Precisamente, este fin de semana el aeródromo de es Codolar tenía previstos 876 operaciones entre salidas y llegadas.