Cristina Escandell Marí y Sonia Planells Serra cerraron el pasado 30 de noviembre la última etapa del mítico comercio a pie del kilómetro 15 de la carretera de Sant Joan, Can Toni Petit.
Un negocio que toma el nombre de su fundador, Toni Petit, de quien todavía sus primeros clientes recuerdan su perfecta caligrafía, con la que escribía con tiza frases «poéticas» como reclamo para algunos de los incontables productos que ocupaban su tienda.
«Era un tipo grande y fuerte, molt enravenat. En una ocasión quisieron atracarle poniéndole un cuchillo en el cuello; Toni lo pilló por banda (al atracador) y por poco lo mata», recuerda Toni, cliente y vecino de la tienda desde hace décadas.
Este mismo vecino repasa junto a Cristina y Sonia la historia del establecimiento, explicando que «como Toni no tuvo descendencia, se lo dejó a su sobrino, Jaume Tur, que lo llevó prácticamente hasta que falleció. Después lo llevó su hijo durante unos años, hasta que llegaron ellas (Sonia y Cristina)».
«Fue ella la que me convenció», asegura Sonia sobre la idea de asociarse para gestionar Can Toni Petit a partir del 1 de enero de 2010. «Lo mío siempre fue la hostelería; todo lo que he aprendido de comercio ha sido gracias a Cristina», añade.
Desde cero
«Empezaron desde cero y enseguida se hicieron con la amistad de todos los de aquí. No eran pocos los padres que se paraban de camino al colegio, apurados para comprarles el bocadillo en el último momento, al grito de «después paso a pagártelo, que llegamos tarde»», explica Toni sobre la gestión de ambas.
«Al principio éramos solo las dos, haciendo un montón de horas y empezando a hacer bocadillos para tratar de remontar el negocio», recuerda Cristina. Sonia añade: «Ni siquiera librábamos: trabajábamos todos los días del año, menos el 25 y 26 de diciembre y el 1 y el 6 de enero. Era la manera de dar servicio a la gente, como hicimos durante el Covid manteniendo las puertas abiertas para quien lo necesitara».
La evolución
Uno de los ingredientes del éxito de Cristina y Sonia durante estos últimos 15 años fue la venta de bocadillos. «Empezamos haciendo un par al día y hemos terminado haciendo casi doscientos diarios», explican, mientras cuentan que, para tenerlos listos a la hora de apertura (las 7 de la mañana), «Cristina venía a las 5 para tenerlo todo preparado».
«Obreros, jardineros, muchísimos taxistas y hasta los del Ibanat cada vez que había algún incendio» eran clientes habituales.
En un negocio donde Sonia y Cristina ofrecían desde ferretería hasta comida para animales, pasando por plantas comestibles y los incomparables flaons de Cristina, solo faltaba tabaco para completar el servicio a sus vecinos. «A los cinco años de haber abierto compramos la licencia de estanco de Can Guimó y la trasladamos aquí», explican.
Ambas socias reconocen también la importancia del personal: «Hemos tenido mucha suerte, como con Maribel, que ha estado con nosotras 14 años, declinando todo tipo de ofertas de trabajo».
Futuro
Tras un cierre no programado —«se nos acaba el contrato y la propiedad no nos lo renueva»—, Cristina y Sonia ya miran hacia el futuro, esta vez por separado, pero manteniendo el espíritu del comercio de proximidad.
Mientras Cristina tomará los mandos la próxima temporada de la tienda de comestibles Ramon Clapés, en Cala Llonga —«allí podréis encontrar mis flaons»—, Sonia está trabajando en la reapertura de otro local mítico, Can Beya, para después de las fiestas de Navidad. «Así vuelvo a lo mío, la hostelería, y mantengo el mismo estilo de siempre con el que lo ha llevado Fina durante tantos años», afirma.
Vecindario
«Este tipo de comercio de cercanía es muy importante para quienes vivimos por la zona. Son lugares en los que puedes encontrar de todo para el vecindario, a la vez que dan un servicio a la gente trabajadora: cada día a las 7 de la mañana hay cola para comprar el bocadillo antes de ir al trabajo», reivindica un vecino de Sant Llorenç, que acudía este martes al establecimiento ya prácticamente desmantelado junto a Pilar. Los vehículos seguían deteniéndose sin saber que el negocio había cerrado.
«Hemos venido a llevarnos una de las neveras, que siempre nos puede venir bien y así también les echamos una mano para vaciar el local», explica, dejando ver la relación de amistad forjada con los años.
«Esta es una de las tiendas en las que se compra con una cesta, no con carritos», resume Pilar, destacando el carácter cercano del negocio de pueblo en el que «todavía podías encontrar todo lo necesario para las matanzas, desde tripa hasta especias».
«Este es el sitio donde venía siempre a comprar lo que necesitara; llego caminando sin problema. No tengo coche y ahora tendré que apañarme con el transporte público», lamenta Joan, también vecino de Sant Llorenç. «Durante las últimas semanas hemos visto cómo las estanterías se vaciaban de género progresivamente hasta quedar en nada. Sonia y Cristina le han dado un dinamismo al negocio que nunca tuvo. Solo queda darles las gracias a ellas, así como a Maribel, a Tamara y a toda la gente que nos ha despachado durante todo este tiempo de manera tan cercana».
Otro negocio en manos de holandeses