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La tristeza del olvido

La tristeza del olvido. | Steinmeyer

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No recuerdo si fue hace dos o tres años. Sólo recuerdo que fue inolvidable, y que en realidad hubiera querido que eternizara ese momento. Acababa de salir de una boca de Metro y en vez de mirar hacia delante, miré hacia atrás. Vi una postal y con otro nombre, pero aun así muy gata. Esa postal la había adquirido en el rastro y marcaba Ventas. Recuerdo, de adolescente como pedíamos cinco duros para el metro, que luego nos gastábamos en un “mixto” y unas cañas en Becerra. Claro, eso cuando ya habíamos recolectado varias monedas de ese valor. Quiero pensar que no fue diario y se trataba solamente de una experiencia puntual y finita.

Actualmente ésta postal se encuentra en casa de unos amigos en Valencia. Así el mundo da vueltas. Una mañana escuché una canción que lamentaba: “Patagonia, Patagonia, (…) ayer te hirieron las balas, hoy te hieren los olvidos...” En otra Quelentaro andaba en la neblina tristeando sur, en andenes de frío… Como logra una lengua de por sí rica aún más belleza cruzando el Atlántico. Sin ela vivir non podo, querida Rosalía, non podo vivir sin ela…

Mejor suerte ha corrido esta señalización urbana que por ejemplo los hombrecitos de los semáforos del oriente berlinés. Es como si quisiéramos ahora cambiar logos de la Ford, la Coca Cola o Citroën. Oh, perdón. Algunos sí que creyeron necesario cambiar lo establecido. Aunque sustento que todo está sujeto a una evolución contemporánea pienso que ciertos diseños están bien como están. Así por ejemplo no entiendo cómo el Mace reorientó el logo direccionándolo hacia la entrada, cuando siempre había señalado el cenit.

Casi no recuerdo. Como apenas se distingue la herida producida por el aumento del muro contiguo a la primera ubicación de dicho logo, como para proteger al visitante de una posible caída al rastrillo. Posiblemente fruto de alguna normativa europea. Recientemente una trabajadora de una empresa que prevé seguridad laboral, me aclaró que un casco no sólo protege de caídas directas de objetos, sino que también protege de rebotes.

El recuerdo del museo arqueológico de nuestra isla. Actualmente y en alguna ocasión de confusión, se tiende a llamar así, el ubicado en la necrópolis, que también estuvo harto tiempo clausurado. Ya no se habla de la universidad ibicenca, que no era otra cosa que la sede de gobierno de Ibiza, situada en las inmediaciones de la catedral y que alberga el museo arqueológico.

O cuando el chiringuito Ses Aufàbies reinaba solo en Cala Tarida. Recuerdo como aun coronando la playa pisaba arena mientras me impresionaban de crío las terracotas, en aquel momento enormes. Ya en los ochenta, finales, configuré una panorámica de cuatro o cinco fotos de un carrete de 36, documentando la invasión urbanística vista desde el islote normalmente peninsular, que divide la playa.

O diez años más tarde, durante el gobierno de Tarrés, conté desde Can Misses más de una treintena de grúas. Nadie se quejaba, ni siquiera los socialistas. Escudémonos en legados heredados. Fácil.

O cuando desaparecieron sendas grúas de la catedral o el castillo, que durante años formaban parte de la tan conocida silueta ibicenca. Lo celebré y durante tiempo. Cada vez que mis ojos acariciaban la liberada silueta, casi me pedía como una chica avergonzada, que dejara de mirar de esa manera.

Y la tristeza del olvido adivina triunfante el recuerdo antaño y no por ello finito de esas bocas de metro, que daban acceso un mundo diferente, y también a otros mundos. Entonces, Ventas era última estación. En actualidad ya no.

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