Será sólo en los partidos amistosos, los de broma, aquellos en los que no hay nada tangible en juego, pero el talento suele imponerse al músculo. Luego, en las grandes citas, la historia es muy distinta. España nunca ha tenido nada que echarse a la boca, y Alemania viene de acariciar un título en Corea. El grupo de Sáez sobrevivió ayer al fútbol rácano y pelado de los germanos, excesivamente fracturados por las bajas, y acabó ganando con dos arreones de Raúl, un jugador genial. Luego, la pegada de Guti certificó un triunfo que denunció que no sólo con la condición física se puede jugar a este deporte (3-1).
España dispuso el balón desde el inicio en los pies de Baraja y su sentido del juego colaboró a que el equipo de Sáez irrumpiera con fuerza por el partido. El centrocampista, flanqueado por Albelda, se sintió cómodo en las funciones de pase corto y transición rápida. Enganchado de forma perenne a Raúl, el de Valladolid fue capaz de manejar a la selección con cierta solvencia en el primer cuarto de hora. A pesar de que Joaquín y Vicente apenas encontraban concesiones en las bandas, daba la sensación de que el combinado nacional se sentía a gusto y de que sus aproximaciones a Kahn llevaban cierto peso. Primero fue un disparo de Baraja que murió blando en las manos del portero alemán (minuto 12) y luego un escorzo de César tras un saque de esquina (minuto 28) que acabó en la pista de atletismo; mientras, Alemania seguía buscando el balón en diagonal y el fútbol directo.
Fue entonces, cuando el partido tenía cierto aspecto plomizo, cuando Raúl decidió darle otro color. El acelerón del delantero sirvió para concederle otra dimensión a la cita, que empezó a convulsionarse. El atacante pinchó con el exterior un servicio de Baraja, se acomodó el cuero y soltó un latigazo que superó la estirada de Kahn (minuto 30). España había aplicado su talento, pero los germanos apenas tardaron en reaccionar. Con los impulsos de Jeremies y las arrancadas de Schneider, el combinado de Voeller empezó a rondar los dominios de Casillas, y a la primera acertó. Fue en un saque de esquina confuso, mordido, empujado por la testa de Woerns y culminado por Bobic casi sin querer (minuto 38). El choque había entrado en otra dimensión, pero las dos selecciones tuvieron miedo de rajarse y se dieron una tregua hasta el descanso.