Luis Miguel Pascual|ATENAS
Las dos medallas olímpicas logradas en doma por Beatriz
Ferrer-Salat en los Juegos de Atenas, plata por equipos y ayer
bronce individual, consagran a una «purasangre» olímpica que ha
logrado sacar del anonimato a un deporte de escasa tradición en
España. A lomos de «Beauvalais», la hija del malogrado presidente
del COE, Carlos Ferrer Salat fue determinante en la consecución de
la plata por equipos, a la que también contribuyeron Juan Antonio
Jiménez y Rafael Soto, y puso el broche de oro a una actuación
brillante con la consecución del bronce individual.
Subir dos veces al podium es el final de un sueño que Ferrer-Salat inició hace 23 años, cuando sólo tenía 15, y comenzó a tomar contacto con la equitación en un país en el que el mundo del caballo está más ligado al folclore que al deporte. Ferrer-Salat es una pionera de esta modalidad que consiste en demostrar a un jurado que el caballo obedece las órdenes del jinete y que tiene mucho más que ver con la perfección técnica y plástica que con el rendimiento físico.
Nacida en Barcelona en 1966, Ferrer-Salat mamó el deporte en su casa. Su padre, un adinerado empresario catalán, presidió el Comité Olímpico Español (COE) entre 1987 y 1998 e inculcó a Beatriz su amor por el deporte, que la heredera del imperio ha venido manteniendo desde entonces. Tras haber hecho sus pinitos en el tenis, Beatriz decidió combinar su pasión por el deporte con su amor a los animales. Tuvo que insistir mucho para que su padre accediera a comprarle un caballo, «Vendabal», con el que dio sus primeros pasos en el mundo de la doma.