Antonio Luna Do-Carmo (Ibiza, 24-06-2000) es el único árbitro asistente –cargo anteriormente denominado como juez de línea o linier– en Primera RFEF de origen ibicenco y el que en mayor categoría está de las Pitiusas. A sus 23 años, vive su primera experiencia en la tercera categoría del fútbol nacional, a la que dio el salto tras pasar las dos temporadas anteriores en Segunda RFEF. Ya sabe lo que es arbitrar un partido con casi 12.000 espectadores y sueña con llegar algún día a Primera División.
—¿Por qué eligió el mundo del arbitraje?
—Mi padre conocía a Julián Córdoba, que es el presidente de los árbitros aquí en Ibiza, y siempre me había llamado la atención la figura del árbitro. De hecho, cuando era jugador de fútbol, siempre me apetecía más arbitrar que jugar. Viendo que no era muy bueno jugando, le dije a mi padre que quería dejarlo y me dijo que por qué no me apuntaba al colegio de árbitros. Fui allí, hice la inscripción y al año aprobé los exámenes y las pruebas físicas, por lo que empecé a arbitrar en la temporada 2016-17.
—¿Cómo vivió ese salto a Segunda RFEF?
—La Federación Balear saca las notas, por decirlo de alguna forma, y se las envían a Madrid. Allí dan el visto bueno. Yo me enteré por la nota de prensa cuando se hizo la división de Segunda B. Dieron la la lista del cuerpo de asistentes de Segunda RFEF y ahí estaba yo.
—¿Se hacen largos los 90 minutos con los aficionados detrás discutiendo sus decisiones?
—Al final, no te enteras. Estás muy concentrado en lo que es el partido. Se nota más cuando el campo es pequeño, porque los tienes más cerca, que en un estadio grande con más gente. Por la cercanía, los escuchas más, pero eso no pasa en campos más grandes como el del Castellón, por ejemplo. En Castalia viví el partido con más aficionados: 11.800. Fue en el partido Castellón-Alcoyano. Se escucha más ruido, sonido de fútbol como le digo yo, pero al fin y al cabo estás centrado en lo tuyo. En una oreja tienes el pinganillo y estás concentrado en trabajar en equipo con el árbitro.
—Por lo que se ve en cada partido de fútbol, independientemente de la categoría, intuyo que, como se suele decir, le habrán llamado de todo menos bonito.
—Por desgracia es una de las cosas que tenemos que aguantar, pero, cuando estás dentro, no escuchas palabras en concreto. Alguna vez sí he escuchado un insulto más concreto, pero en la mayoría de ocasiones estás centrado en el partido y lo que hay es ruido ambiente. No nos paramos a escuchar a la grada.
—¿Sus familiares cómo viven los partidos que usted arbitra? ¿Sufren?
—No me gusta que vengan mis padres porque, al fin y al cabo, entiendo que lo pasan mal. Están insultando a su hijo por trabajar, que es una cosa que nunca entenderé. Es una situación que intento evitar en la medida de lo posible. A veces les apetece y vienen. Cuando me tenían que llevar a los partidos era más difícil ocultarles dónde iba, pero, ahora que tengo coche, cuando me toca arbitrar por Ibiza, que pasa pocas veces, no les digo nada (risas).
—Supongo que tendrá algún objetivo fijado como todo trabajador y deportista. ¿Cuál es?
—El objetivo principal de todo árbitro o árbitro asistente es poder llegar a vivir del fútbol. En Segunda ya vives del fútbol porque tienes contrato profesional por parte de la federación, pero yo creo que todo el mundo sueña con pitar en cualquier campo de Primera División. Es una de las experiencias por las que la mayoría de los árbitros se mete a un curso: llegar a Primera y pitar partidos importantes.