Especialista en Medicina del Trabajo, Macià Tomàs es el jefe del servicio de Prevención de Riesgos Laborales de la Administración de las Islas Balears. Además, hasta el pasado mes de septiembre, presidió la Reial Acadèmia de Medicina donde hoy habla sobre salud mental en tiempos de la COVID.
Superada la fase aguda, ¿todavía hay que hablar de COVID?
—Sí porque sus efectos se prolongarán en un futuro. El porcentaje de las bajas por causas psiquiátricas ha subido un 11 %, además, la mitad de las consultas de Atención Primaria están relacionadas con salud mental. También ha aumentado el consumo de ansiolíticos y antidepresivos. Por experiencias previas, sabemos que esta sintomatología no siempre desaparece cuando termina el problema. Hay distrés psicológico en el trabajo, especialmente en el colectivo sanitario y sociosanitario. Ocho de cada diez sufren ansiedad o depresión, de forma más importante en hospitales (comparado con Primaria) y entre los más jóvenes y mujeres.
¿Cuándo se podrá normalizar?
—Estamos hablando de años. Es un proceso largo que debe servir para corregir las respuestas inadecuadas a la crisis. Señalaría dos: hay que reforzar la Primaria de forma urgente porque hemos visto cómo la demanda supera el desequilibrio de recursos, y reforzar la estructura de salud pública para afrontar mejor posibles crisis en un futuro.
¿Puede mejorar la salud mental con los indicadores económicos?
—No todo va ligado a la cuestión económica. El problema de la COVID también fue el miedo a enfermar, la inseguridad, la pérdida de recursos económicos, el miedo a ir al paro, el aislamiento domiciliario... Son circunstancias que han contribuido a la ansiedad y la tristeza, y también a un mayor consumo de tabaco, alcohol y otras drogas… También los suicidios crecieron y otras muertes relacionadas con la conducta:el veneno accidental por drogas, un 30 %; las caídas accidentales, un 18 %. Lo que hemos pasado estos dos últimos años... mucha gente lo quiere olvidar, pero es dramático.
¿El teletrabajo se queda?
—Durante la pandemia se multiplicó por tres el número de empresas que ofrecieron esta posibilidad. Es positivo cuando se respeta la voluntad de las personas, que debería ser uno de los requisitos. Pero muchas empresas no dieron opción y lo impusieron, lo que ha supuesto disfunciones en la salud porque la presencialidad es un ámbito de socialización que tiene aspectos positivos, especialmente cuando se trata de epidemias con un impacto emocional tan grande con el que hemos tenido. Compartir con los compañeros ayuda a valorar bien el riesgo. Cuando esto falta y estamos aislados, se produce una fragilización emocional.
¿Cambiará el modo de trabajar?
—Me temo que volveremos a lo mismo. Aunque hay otro elemento que la pandemia ha revelado como necesario y es la calidad del aire interior. Estaría bien que se quedaran los medidores. Antes no se destinaba demasiado tiempo al edificio enfermo pero hemos tomado conciencia de su necesidad, no sólo porque vehiculan los virus sino por otros componentes también nocivos.
¿Todavía hay bajas por COVID entre los trabajadores no vulnerables?
—No dispongo de cifras, pero desde que Inspección Médica centralizó las bajas por COVID, al principio de la pandemia, se han dado 172.000 bajas.
¿Nos hemos alarmado más de la cuenta con la viruela del mono?
—La globalización tiene consecuencias positivas y luego éstas, como la transmisión de enfermedades a consecuencia de los movimientos transcontinentales. Este tipo de alertas sanitarias formará parte de las amenazas de futuro.