Un verano más, y van muchos desde que descubriera la isla en 1972, el cantante y guitarrista británico Albert Cooper ha vuelto a Eivissa para «disfrutar de unas merecidas vacaciones»; aunque eso no le impide (en cuanto se lo piden alguno de los muchos amigos que tiene en la isla) ponerse a tocar y a cantar cuando encuentra un ambiente y ocasión propicios: «Disfruto con ello, tanto si es en salas pequeñas, como esta del Arteca ibicenco, donde me curo el gusanillo tocando con amigos, como en lugares bien grandes. En Inglaterra, por ejemplo, he dado conciertos para dos, tres y hasta cuatro mil personas», explicó el entusiasta melómano.
Junto a su grupo, The Blues and Boogie Band (en el que su hijo Christopher toca los teclados) Albert Cooper acaba de grabar un CD titulado «The last gasp or I feel that old age coming on», en el que hace versiones personales de grandes standards del blues y jazz: «Sólo he compuesto tres canciones, prefiero interpretar temas de otros, pero con un estilo particular, muy mío», apuntó el veterano artista, quien lleva dedicándose a la música desde hace 1954. Sus inicios como cantante fueron en la iglesia de su ciudad, Norwich, interpretando polifonías corales; más tarde, una cantante italiana, conocida como «Black Ana», le introdujo en otros estilos (folk, pop, rock, jazz, boogie, blues...), a los que su potente y versátil voz se adaptaba con facilidad, para, finalmente, decantarse por el blues y el jazz, estilos que, con su banda, suele interpretar en el club que regenta en su ciudad natal, donde han tocado algunos amigos ibicencos que le devuelven la visita que regularmente hace a Eivissa, donde tiene un apartamento: «Nunca he tenido la oportunidad de hacer un concierto en la isla con mi banda; el problema es el coste, porque, aunque lo hiciéramos por poco dinero, somos cinco».
Una relación con Eivissa que Albert Cooper gusta de evocar en cuanto se deja llevar por la nostalgia: «No se me olvida la primera vez que conocí la isla, en 1972. Vine con mi familia; entonces sólo tenía dos hijos, el pianista llegó después. Nos quedamos en un chalé por Sant Josep. Un día bajé al pueblo y escuché, al pasar por el local que hoy se llama es Racó Verd, que alguien estaba tocando un blues, lo que me sorprendió. Era Miguel; fui a por mi guitarra y empezamos a tocar juntos; enseguida nos hicimos amigos, y hasta hoy. Desde entonces vuelvo con bastante frecuencia, y tanto Miguel como otros amigos de la isla vienen a mi casa en Inglaterra y a veces tocan en el club que tengo allí».