Hasta finales del próximo mes de julio las paredes de la cafetería del hotel Montesol están ocupadas por la pintura de Bettina Dyhringer, que ha dedicado su última producción ha reflejar el ambiente de los cafés de la isla. «Me gusta pintar a gente en su en entorno cotidiano, como protagonistas de la vida cotidiana. Así en el tema de los cafés, reflejo a los clientes, pero también al camarero o a la cocinera haciendo su trabajo con cariño y pasión», explicó ayer a este periódico esta joven pintora alemana, nacida en Bonn en 1961 y residente en la isla desde hace tres años.
Pero la relación de Bettina Dyhringer con la isla vieje de más lejos, pues desde los seis años veraneaba con su familia en una casa de Santa Eulària, donde presentó su anterior exposición el año pasado. «Fue en la sala municipal de Cultura, y la obra que mostré entonces se centraba en reflejar a la gente en su elemento natural, en su salsa. He puesto algunos cuadros de aquella serie en la de ahora», comentó. Pero la mayor parte de las 30 obras que forman la muestra están dedicados a la vida de café. «Elegí el Montesol porque es uno de los más antiguos de la isla. Me puse en contacto con la directora y le pareció muy bien; además es una muestra que van cambiando según se vayan vendiendo los cuadros, porque si no sería un poco aburrido para la clientela ver los mismo cuadros durante dos meses y medio, pues inauguré a mediados de mayo». «Además, quiero hacer un pequeño homenaje al lugar haciendo un retrato al camarero más veterano de la plantilla», añadió.
Una exposición en la que las obras de las paredes se complementan con la actividad en las mesas, barra y terraza; con otro pequeño grupo de obras de paisajes y bodegones mediterráneos y coloristas, fruto de otra época, al final de los ochenta, cuando Bettyna Dyhringer conoce Andalucía y se deja seducir por la exultante y hedonista vitalidad del sur. Cuadros de rápida ejecución pintados con acrílico y técnica mixta, dentro de una línea expresionista y suelta que se asocia con alguna escuela alemana.
En la trayectoria de Dyhringer destacan estudios en la Escuela de Bellas Artes de Zurich (Suiza), ampliados con el de artes gráficas e ilustración en Düsseldorf; estancias para pintar en Francia, Italia y España en los 80; una beca de la Fundación Konrad Adenauer para pintar en Italia; trabajos como art-director en una empresa de publicidad en Köln, y otros como free-lance para varias firmas. «Compatibilizaba mi pintura con trabajos en artes gráficas y publicidad en varias revistas y en una editorial; pero desde que me instalé en la isla decidí que la pintura fuera una dedicación exclusiva, hasta para ganarme la vida».
La razón de arriesgar una cierta solvencia económica por el siempre camino incierto de ganarse el sustento con la creación propia la justifica Bettina Dyhringer afirmando que para ella «la pintura es una pasión. Necesito ponerme a pintar, y mi punto de partida no es una idea abstracta ni conceptual; siempre es algo que veo en la vida real, algo que me gusta atrapar, fijar con mis pinceles. Puede ser un conjunto de colores que llama mi atención; o la expresión de una cara, la caída de una cortina, una figura en movimiento... No es algo programado, sino que sale de forma espontánea y emocional; como si me exigiese con su presencia que lo pintas; y hasta que no consigo atraparlo, tal y como lo veo y me gusta, no paro», concluyó la artista.