Miguel García López, médico de profesión pero retirado de su ejercicio y autor de una obra de notable interés a medio camino entre el constructivismo y la abstracción geométrica (él la llamaba «escultopintura»), falleció ayer a los 69 años en el hospital de Can Misses. Aunque sus amigos próximos sabían que desde hacía un año estaba seriamente enfermo, su muerte repentina e inesperada causó ayer una honda impresión y pesar en su amplio círculo de amistades. Porque, además, hacía pocas semanas que había presentado su última exposición en la isla y parecía ilusionado y con el mismo entusiasmo hacia la vida que siempre defendió este noble manchego de origen, instalado en la isla desde mediados de los 70.
De formación autodidacta, Miguel García comenzó a aficionarse con el arte en 1973, según explicó a este periódico con motivo de una exposición en 2001 en la Sala de Cultura de «Sa Nostra»: «Ejercía la medicina en Barcelona, y expuse cosas en Zaragoza, Calatayud y Onteniente; pero era figurativo, al óleo sobre tela y cierto compromiso político», precisó entonces.
Pero con su trasladó a Eivissa en 1976 cambió radicalmente su obra. «Pasé a unas estructuras más sencillas, más conceptuales, realizada con hilos, maderas y cartones gruesos». Durante sus primeros años ibicencos participó en algunas muestras colectivas, y presentó su primera exposición individual hará unos 30 años en El Polvorín (Dalt Vila).
Sobre el abandono del ejercicio de la medicina, hará cosa de una década, García López apuntaba en la referida entrevista que había dejado su primera profesión «porque me cansé de la medicina que se hace hoy, porque para mí adolece del factor humano. En parte he encontrado una terapia en el arte, ahora con mayor dedicación que antes».
En cuanto a la valoración de su obra, valgan dos opiniones recogidas en el catálogo de la muestra de «Sa Nostra». Una es de Leopoldo Irriguible, amigo personal y artista, que sitúa su obra como tendencia «en el espectro que va desde el constructivismo a la abstracción geométrica (...) En estas obras afloran briznas de vida, y desde su ordenada geometría se puede percibir un rítmico latido».
La otra valoración es del poeta ibicenco Vicente Valero, que afirma en su texto: «Miguel García López es un artista solar. La luz está en sus cuadros; nos atreveríamos a decir que como un elemento más, pero como un elemento que, finalmente, condiciona toda la obra. De este riguroso compromiso con la luz (...) surgen dos aspectos bien visibles y destacados: perfección y claridad».