JULIO HERRANZ
El Espacio Micus de Jesús presenta hasta abril una doble exposición de dibujos en formato pequeños: una selección de los que Eduard Micus realizó en 1954, como trabajos de clase con su profesor Willi Baumeister y una amplia muestra de los dibujos en formato pequeño que Linde Bialas lleva realizando desde hace diez años como complemento de sus obras y que nunca habían sido expuestas antes. Una exposición que ayer tuvo una segunda fiesta inauguración, a la que asistieron un buen número de aficionados, la mayoría de ellos extranjeros.
Los dibujos de Micus son parte del proyecto que el artista tenía en cartera cuando le sorprendió la muerte de forma fulminante en noviembre de 2000: reunirlos en un sólo volumen. A tal efecto, contaba ya con el prólogo, escrito por el crítico Franz Josep van der Grinten, y un texto del propio Micus en el que contaba la historia de los dibujos: «Son lo único que quedó de 20 años de trabajo. Un pirómano incendió una noche cuatro casas, entre ellas el almacén donde estaban mis cuadros. Unos vecinos lograron sacar del fuego la carpeta ya algo chamuscada. Tienen poco que ver con mi pintura, pero muchos amigos me han animado a publicarlo», justificaba con modestia el malogrado artista.
Por su parte, der Grinten hacia una valoración estimable de esta producción juvenil: «En los desnudos de Eduard Micus, la fascinación del que mira dibujando se comunica al observador. Y a esta magia contribuye la serenidad con que la mujer se ha entregado a su mirada. Unión en intimidad cercana a los orígenes y siempre renovada. Totalmente particular, uno percibe la felicidad y al mismo tiempo se impregna de la veneración y el respeto que permiten ser libre. No hay retorcimiento alguno, el artista no es el voyeur, sino el hombre de los ojos desbordados por la vista de los encantos naturales que forman parte de su vida».
El crítico alemán también aborda la realización formal de los dibujos: «El pincel sólo se ha utilizado ocasionalmente; sólo una vez la imagen corresponde a una monotipia. En ocasiones, el soporte de la huella dibujada es un tejido; la mayoría de las veces lo es un papel fino, homogéneo, de amplitud suficiente para el movimiento libre de la mano que dibuja. Ésta se sirve ante todo de una laca que, fluyendo espesa, se manifiesta con el trazado rápido en una línea fina, a menudo fragmentada en puntos, que marcada cada momento de duda, cada interrupción, cada nuevo inicio con una gruesa gota. Así se origina un ritmo pulsional, líneas paralelas adquieren un peso deslizante; un amontonamiento de puntos se añade a finas redes de líneas, pequeños movimiento circulares rodean el cuerpo con una materialidad de movimiento barroco. Pero también la propia corporeidad se mueve con la turgencia de las líneas y en cada nuevo comienzo parece dilatarse respirando. Su actitud nunca es estática, no está buscada y tampoco es nunca convencional, pues resulta de la alegría de la propia movilidad natural, pues sólo lo natural es siempre fresco».
El texto que Eduard Micus escribió para el libro en el que reuniría los dibujos (unos 40) realizados en 1954 contiene alusiones a la fascinación que siempre sintió por la mujer:
«El resultado fue como era de esperar: sentimientos de culpa, y con ellos, la construcción de todo el bien pensado sistema del perdón. Una vez, cuando era un niño, toqué, inocente y curioso, el pecho de una mujer joven, ¡y con ello me convertí en reo del infierno! // Seríamos pronto los últimos observadores, si las líneas de los cuerpos no fuesen el estímulo de nuestra sucesión.// ¡Mujeres: fuentes de vida, sal y dulzura!// ¡Ahora podía dibujarlas, con o sin modelo; las había vivido! ¡Era hermoso!».
Toda una declaración de principios y una filosofía de vida, hedonista y con claros acentos mediterráneos, los que Micus encontró en esta isla a la que llegó por casualidad y de la que nunca quiso ya separarse.