Claro Llorente nació en Puente de Vallecas, Madrid, el 4 de julio de 1916. Reside en Eivissa desde 1995. Aquí se dedica a su pasión, que es la pintura. Cree que es el único combatiente de aquella guerra que queda vivo en Eivissa. Estudió en un colegio de las Juventudes Socialistas. Recuerda con afecto a su profesor, Amós Acero, que fue fusilado por los franquistas. También recuerda a algunos de sus compañeros, muchos de los cuales fueron valientes pilotos del ejército de la República. Dice que 'la paz honrosa' que ofrecía Franco fue un engaño, porque la represión fue durísima. Pero también dice que esta democracia se ha olvidado de ellos.
-¿Cómo era la vida de un joven como usted en la época anterior a la guerra?
-Puente de Vallecas era un barrio de gente modesta, trabajadora, pero vivíamos bien. En las Juventudes Socialistas hacíamos muchas actividades culturales, sobre todo teatro. Recuerdo una obra que casi era una premonición de lo que vendría después, porque los moros entraban en Madrid. Recuerdo también una representación con canciones de Miguel de Molina, en Valencia.
-¿Es cierto que en los meses previos a la guerra hubo aquel desgobierno y caos que nos han contado?
-No es cierto. No hubo ningún exceso. Únicamente que había huelgas, como las hay ahora. Por cierto, cuando estalló la guerra, la construcción estaba en huelga. Recuerdo a José Antonio, que se paseaba con unos matones armados por el Paseo Sagasta y a veces oíamos tiroteos. Es cierto que los guardias de asalto fusilaron a Calvo Sotelo en represalia porque los falangistas habían matado al teniente Castillo, que era guardia de asalto. Pero eso no justificaba un golpe de Estado, ni mucho menos la represión posterior.
-También se ha dicho que el golpe de Estado se veía venir y que el gobierno no supo reaccionar a tiempo. ¿Cómo lo vivió?
-Sí, se rumoreaba que se preparaba un golpe militar. Puede ser que el gobierno no supiera reaccionar, ¿pero qué podía hacer? Es que no se fiaban de los militares. Sin embargo, entre la guardia civil había de todo. Mi abuelo, por ejemplo, era guardia civil, pero no era partidario de Franco.
-¿Dónde se encontraba usted cuando comenzó la guerra?
-El 17 de julio movilizaron a las Juventudes Socialistas. Yo tenía 20 años. No tomé parte en los enfrentamientos del Cuartel de la Montaña, sino en la base de aviación de Getafe. Había militares sublevados y falangistas, pero se rindieron sin ninguna resistencia. De allí, a los pocos días me enviaron a la Sierra de Guadarrama, donde pasé toda la guerra. Hice cursos para piloto de aviación, pero me suspendieron porque tenía un problema de oído. No obstante, yo no tenía mucho interés por ser piloto para volar, sino para poder visitar Rusia, porque los últimos tres meses de la preparación se hacían en Rusia y yo tenía interés por ver cómo era aquel país.
-¿Cómo vivió la guerra?
-Comencé en infantería, en el batallón 11 de octubre. Pero debido al agotamiento físico, me trasladaron a Sanidad. Allí estaba muy bien porque no teníamos que disparar. No quería matar a nadie.
-¿Participó en alguna batalla?
-En Madrid tomé contacto con gente de la columna Durruti, que vinieron a defender Madrid. Yo creo que los catalanes fueron muy leales; buenos combatientes y muy fieles a la República. Después tomé parte en varias ofensivas y retiradas del ejército republicano, prestando apoyo sanitario. Una de ellas fue la retirada de Teruel, donde murió mi hermano Àngel. Nunca encontré su cuerpo, sólo sus útiles de trabajo. Era cartógrafo del Estado Mayor.
-¿Conoció a algún alto cargo del ejercito republicano?
-Yo fui sargento. En una ocasión el general Miaja me quiso enviar a un batallón disciplinario porque no le formé la guardia. Yo estaba en un hospital de campaña y tenía a mi cargo una compañía de ambulancias. Él iba visitando los frentes y yo me presenté a él para darle novedades de los heridos graves, leves, etc. Él dijo: «A éste enviadlo a un batallón disciplinario». ¡Pero hombre, si todos los soldados estaban ocupados con los heridos! Entre los militares, muy pocos eran adictos a la República. Para mí, el más admirable de todos fue Vicente Rojo; un militar muy capaz y un republicano convencido.
-¿Qué sabe de las 'checas' que hubo en Madrid, de la gente descontrolada que actuaba por su cuenta y demás?
-Se ha exagerado mucho. Creo que más de la mitad de lo que se ha dicho es mentira; por ejemplo, lo que le achacan a Carrillo. Él era uno más, que en lugar de estar en el frente estaba en la Dirección General de Seguridad, pero era un funcionario como otro cualquiera. Prácticamente no tenía poder.
-¿Cómo era la vida de la gente corriente durante la guerra?
-La gente lo pasó muy mal; faltaban las cosas más básicas. Como anécdota recuerdo que durante uno de los permisos que tuve, volví a Madrid y vi una cola enorme en la calle Montera, en medio de un bombardeo de la artillería. Le pregunté a un señor que para qué era esa cola. Y me contestó: «Es que dan un vaso de vino».
-¿Cómo vivió el final de la guerra y la derrota?
-En marzo del 39, estando en Rascafría, nos informaron de que el teniente coronel Casado había dado un golpe de Estado contra la República y que había habido tiroteos en Madrid entre los partidarios de Casado y los comunistas. Eso nunca nos lo explicaron bien. Pero después supimos la verdad, que los comunistas no aceptaron 'la paz honrosa', querían seguir combatiendo. Y tenían razón, porque lo de la paz honrosa fueron fusilamientos, campos de concentración y represión durísima para todos los republicanos. Todavía no me explico cómo Besteiro, que era un buen hombre, se creyó aquello. Sospechábamos que Casado tenía contactos con el servicio secreto de Franco.
-¿Cómo fue la rendición?
-Recuerdo que cuando nos entregamos un alférez pequeñito, con las insignias de Falange, preguntó: «¿quién manda esto?», y yo le respondí: «un servidor». Él me miró y dijo: «¡que ya debería de estar fusilado!». Esas fueron las primeras palabras que recibí de 'la paz honrosa'. Fui hecho prisionero y enviado a Manzanares el Real, donde había un edificio convertido en prisión para los oficiales y suboficiales republicanos. A los pocos días nos enviaron al campo de concentración de Navalperal de Pinares, en Àvila. Nos trasladaron en un tren de ganado. En un pueblo antes de llegar, la población se había concentrado en la estación 'para ver a los rojos' y tirarnos pan. Nosotros teníamos mucha hambre. En Navalperal había muchísima gente. Pasábamos el día sin hacer absolutamente nada. A los oficiales y suboficiales nos arrancaron una manga para diferenciarnos de los soldados. Recuerdo que hasta que no cantabas el Cara al sol, y no te daban de comer. A mí me dieron un bote de judías. Cada día traían una lista y se llevaban gente que no volvíamos a ver más. Recuerdo también que un 'mierda' quemó un día una bandera republicana. Nos dolió muchísimo, pero no pudimos hacer nada. Un grupo de presos nos escapamos en un tren de carbón, con la complicidad de los factores y algunos soldados. Los demás bajaron en el Puente de los Franceses y yo seguí hasta Madrid. Pero cuando llegué, me estaban esperando y me enviaron preso a los sótanos de Gobernación. De allí a otro campo de concentración cerca de Segovia y finalmente volví otra vez a Navalperal, hasta 1940. Después de la guerra, tuve que hacer tres años de servicio militar en Valladolid. Total, que entre la guerra y la milicia, estuve en el ejército desde los 20 hasta los 27 años.