JULIO HERRANZ
Hasta el próximo 12 de noviembre estará abierta al público en el centro socio-cultural S'Alamera de Eivissa (Vara de Rey) la exposición Ondulacions de la Mediterrània, de Joan Costa (Palma, 1961), inaugurada el pasado sábado 4, dentro de la Nit Blanca de la III Mostra de Creativitat de Vila. Una exposición de carácter itinerante organizada por la Conselleria de Cultura del Govern con la colaboración del Consell d'Eivissa.
Ondulacions de la Mediterrània reúne obras pertenecientes a colecciones privadas y cedidas por el propio artista: 31 esculturas (algunas de gran formato) realizadas con mármol, hierro, aluminio y pasta de papel; una instalación y 26 pinturas. Una muestra antológica de las creaciones de Joan Costa de los últimos cinco años que inciden temáticamente en la naturaleza y el Mediterràneo, dos de los aspectos más recurrentes en su obra. Exposición que se inauguró el pasado 13 de agosto en el Museo de Menorca; viajará tras su paso por Eivissa a Formentera en un versión reducida, para continuar a primeros de 2009 a Barcelona y, es muy probable, a Perpignan y Alemania.
Con motivo de la exposición se ha editado un amplio catálogo que, además de imágenes de las piezas exhibidas, incluye textos de reconocidos escritores, críticos, periodistas y cantantes.
Entre ellos, estas valoraciones de Maria Lluïsa Borràs: «Tanto en el mármol como en el hierro fundido, Costa consigue un idéntico sentido de la pureza de la forma y la grandeza de las cosas sencillas a partir de una facultad creativa que le permite dibujar, pintar y esculpir con la misma naturalidad con que se respira. Morfologías sencillas que se vinculan al mundo clásico y a la vez a la abstracción contemporánea».
«Siempre enamorado del Mediterráneo y consciente de los problemas medioambientales, el artista ha evolucionado de manera perfectamente coherente desde el trabajo virtuoso del mármol, pasando por la experimentación con todo tipo de materiales (bronce, acero inoxidable, hierro, plomo, latón, cerámica (rakú), madera, terracota, pasta de papel o red galvanizada), hasta llegar a las sorprendentes instalaciones actuales, hechas de elementos naturales como la sal, la tierra o las algas».
Entrando en la valoración íntima, la crítica traza este perfil de Joan Costa: «Es un hombre de una extraordinaria sensibilidad, amable y cordial, con aquella sencillez del hombre verdaderamente importante que tanto impresionaba descubrir en Joan Miró. Pero resulta sorprendente constatar estas cualidades unidas a un carácter emprendedor y enérgico, a una pasión por el trabajo creativo más allá de las cosas humanas. Condiciones estas que le han permitido ocupar el lugar, ciertamente relevante, entre los escultores de la Europa de hoy».
«Vive rodeado de poesía. En su taller, en sa Rota, en el corazón de Esporles, entre almendros y olivos, bajo un drago canario, cuelgan pequeños móviles que dibujan verdaderos poemas visuales con su sombra sobre el muro. Todo lo que sale de sus manos respira poesía: esculturas de mármol, de hierro fundido, de papel endurecido que sacan a la luz el bosque sumergido de las posidonias. Costa consolida día tras día una visión plástica de gran envergadura, perfectamente espontánea, que se fundamenta en la investigación: de la esencia de la forma, de las aspiración al equilibrio y a la armonía; pero, por encima de todo, de la serenidad y la poesía.
El crítico Guillem Frontera hace en el catálogo esta valoración crítica del artista:
«La partitura de Joan Costa ha ido reduciendo sabiamente las notas para llegar a la música inmemorial de la materia. El artista se limita así a intervenir en la materia lo justo para que se le manifieste el alma, para que anide en ella el principio de la vida.
Joan Costa tiene el don y el oficio de percibir la naturaleza sagrada de las cosas, y aquello que en su obra se muestra como sencillez, pureza y trasparencia, es el fruto de un largo diálogo del hombre con la tierra, de un reto más antiguo que la luz. La misión del artista parece la de capturar, en ondulaciones lentísimas, la esencia de la vida y perpetuar su movimiento.
De un clasicismo irreductible, su obra libera un sentido de trascendencia que la sitúa en la más noble tradición del arte religioso».