R. C.
«... que mientras la Isleña Marítima de Vapores transporta pasajeros hasta allí [Eivissa] desde Mallorca por quince pesetas en primera clase y once en segunda, la misma naviera carga 18 y 13 pesetas, respectivamente, por devolverlos a Mallorca, lo que hace que parezca que piensen que los pasajeros necesitan ir enjaulados a Eivissa pero no necesiten ningún otro aliciente para que retornen [de donde han venido].», señala nada más comenzar los capítulos dedicados a la pitiusa mayor la escritora escocesa Mary Stuart Boyd, cuyo libro Les Illes Venturoses. Vida i viatge a Mallorca, Menorca i Eivissa (1911) acaba de aparecer en versión catalana en Edicions Documenta Balear impulsada por el Institut d'Estudis Baleàrics. Es un comienzo que, casi un siglo después, no deja de parecer sorprendente por el devenir de la historia. Era entonces una isla apartada, de habitantes que a veces tenían fama de vivir con la pistola siempre cargada y lista para disparar a veces de ser «amables con los extraños». El contraste continúa: «Los ibicencos se van pronto a dormir» para, bien pronto, ponerse en marcha, grandes y pequeños. A la escocesa, colaboradora de medios tan prestigiosos como la Harper's Bazaar. le gustan los colores que ve, tanto de las vestimentas tradicionales como de las de faena de los marineros: «Desde el primer momento nos dimos cuenta del encanto de la precisa selección de materiales y colores en los vestidos de los ibicencos». El encuentro con Ignasi Wallis («miembro de una ilustre familia de aquí», le dicen) es también especialmente celebrado por la autora, que se sorprende del magnífico inglés del personaje. «Así pues, allí había una familia, viviendo en una isla remota donde posiblemente no se oía hablar inglés en todo el año, que gracias a un ascendente inglés había conservado cuidadosamente el idioma y las tradiciones de sus antepasados».
Sin embargo, es el relato de lo que era un domingo en Vila lo que más alcanza el corazón cosmopolita, aunque victoriano, de la escritora: «En contraste sorprendente con la amplitud de la vestimenta de las mujeres, toda la ropa del hombre parecía estar diseñada para acentuar su primor natural», apunta en su descripción del festeig, ejemplo de que, en su opinión, y pese al peligro de enfrentamientos con pistolas o navajas, «la gente de Eivissa es pacífica y también virtuosa». Un paseo por el campo, además, y el trato con sus gentes le permiten asegurar: «Sí, los mallorquines habían dicho la verdad cuando afirmaron que la gente de la isla hermana se comportaba con cortesía con los extraños».