J. HERRANZ
Hasta el próximo 15 de junio la galería Es Molí presenta la primera exposición en Eivissa de Paul Simons, pintor holandés residente desde hace ocho años en la isla, aunque hasta ahora no había mostrado sus creaciones expresionistas figurativas. «Tenía un poco de dinero y no quería vender mi obra; pero los amigos venían a verla a mi estudio y a veces compraban algún cuadro, que enseñaban a sus amigos y luego éstos también venían. Así que siempre he dado a conocer mi trabajo de alguna manera», explicó Simons a este periódico, añadiendo que cuando era más joven si había expuesto sus obras en su Amsterdam natal y otras ciudades holandesas y en París.
En el cambio de opinión a la hora de mostrar sus trabajos en la isla a un público abierto, tuvo bastante que ver el hecho de que el dinero ahorrado se fuera quedando más bien corto y a la presión de su amigo y, en cierta forma, marchante Jos Pycnakker, «que me ha convencido de que exponga». Y así, debuta ahora en la galería Es Molí; pero Simons ya tiene en cartera otros ofrecimientos, como el de la galería Via 2, donde tenía previsto exponer este verano pero igual se retrasa para que no sea tan reciente. Asimismo, también tiene medio apalabrada una muestra en el centro s'Alamera de Vara de Rey y en el Club Diario, pero tampoco tiene cerradas las fechas.
Una elección meditada
El artista holandés conoció la isla por primera vez hace veinte años, «y me encantó. Pero entonces no me pareció el momento para instalarme aquí. Primero porque estaba bien en Amsterdam, y luego porque, como hablaba francés, me apetecía vivir un tiempo en el sur de Francia. Pero me cansé del frío y la lluvia de los inviernos y, finalmente, me decidí por Eivissa. Sobre todo por su buena temperatura todo el año y por su luz tan especial, que sale directamente del reflejo del sol en el mar. Una buena luz es algo importante para mí», precisó Paul Simons; algo que refleja bien en sus pinturas.
Sin embargo, a la hora de trabajar, no lo hace del natural. «No copio la realidad, pinto imágenes que me vienen a la cabeza y trato de expresarlas lo mejor que puedo; cambiándolas bastante de cómo las imagino antes de ponerme a trabajar. Además, a menudo cambio cosas después de haberlos pintado», señaló Simons, que se considera un pintor rápido. «Aunque luego dejo las obras reposar un tiempo, hasta que de pronto las veo de nuevo y trabajo en ellas unos diez o veinte minutos más. Entonces me siento una hora o así, mirando el cuadro con atención, y puede que me vuelva a entrar ganas de cambiar alguna cosa más», contó el artista.
Consideraciones que recuerdan esa opinión atribuida a algunos de los grandes maestros del siglo XX (Picasso entre ellos), según los cuales una obra (plástica, pero también escrita, o una pieza de música) no se termina nunca, sino que se abandona. «Bueno, sí; me cuesta dar por terminado un cuadro. Aunque no llegó al extremo de un pintor conocido, cuyo nombre ahora no me acuerdo, que vendió un cuadro a un museo y fue un día a verlo, con uno de esos lápices de pintura oculto bajo la chaqueta, y sin que nadie le viera cambió algo allí mismo», comentó, asegurando que no se atrevería a hacer nada parecido en ninguna de las exposiciones que tiene a la vista hacer en Eivissa. «En absoluto; lo prometo», ironizó el veterano artista.
Una amplia muestra de su trabajo está recogida en un catálogo al que pertenecen las dos obras que ilustran esta página; que incluye alguna cita del escritor Gerard Reve con afirmaciones como esta: «¿No es la vida maravillosa? Es un poco vergonzoso que nuestro destino sea trabajar cada día; pero aparte de eso, la vida es una gran fiesta; y encima puede que haya otra vida después. ¿Cómo puedo merecer tanto?»