Escric amb una espina,/regal del peix o de la rosa. Así empieza Les banyes del croissant, y casi de inmediato reconocemos la voz de Antonina Canyelles, la voz que no recita, sino que «dice» estos versos, en los que hay algo que pincha, que hiere, que despierta al adormilado para después recordarle que su arma proviene de algo hermoso y vivo. Aunque Canyelles nunca busca la belleza en sí misma, parece como si esta no quisiera abandonarla y se colara disimuladamente. Porque la irreverencia, la ironía y, a veces el sarcasmo, solos, sin ninguna compañía, pueden resultar demasiado dolorosos. Antonina tiene un don particular: ve lo que los demás no vemos. Podemos observar todos cualquier cosa, situarnos ante una misma situación, pero su mirada siempre será única y completamente diferente a la de todos los presentes. Por eso su poesía es tan especial y original (aunque me cueste utilizar esta palabra, no me queda más remedio). Es verdad. Ella es la mujer bala que recorre este libro: la que antes que nadie habrá llegado a una visión intransferible de las cosas que nos rodean. ¿O es que, acaso, alguien podría pensar en un croissant como si fuera un arma? Un croissant es algo aparentemente inofensivo, pero si alguien nos mete sus puntas en los ojos nos puede dejar ciegos. Esta es la gran metáfora de Les banyes del croissant. Ver el mal, el dolor, donde uno nunca habría imaginado. En la religión, en los mil ojos del caudillo que nos guardan y se desviven por nuestro bien, en nuestro propio cerebro, en la belleza de los bienes materiales, en la vulgaridad, la mediocridad y la ignorancia. Pero lo mejor es que Antonina tiene la capacidad de desvelarnos sus hallazgos con la ironía y el humor de los mejores. Sus lectores ya la conocemos y sabemos que ella siempre escribe el mismo libro. Personalmente, esto es lo que más nos gusta –nos gustan los escritores de un solo libro que se repite y se repite–. Y por eso también esperamos ansiosos el momento de la gran carcajada (Oh, Jahvé!/Qui dius que ve?).
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Neus Canyelles | Ibiza |