La bolsa sigue siendo uno de los misterios inescrutables. Algo que nadie acaba de entender del todo, como la santísima trinidad. Por esa razón la gran mayoría deambula perdiendo dinero en lugar de hacerse millonario. Ni siquiera aciertan los grandes expertos que a diario escriben sobre ello en la prensa. De lo contrario estarían jubilados en las Bahamas en lugar de darle a las teclas. Nadie parece saber lo que va a suceder con el IBEX, el Eurostock, el S&P o cualquier otro índice, puesto que las variables son tantas que resulta impredecible. Nunca se sabe cuándo una acción ha tocado fondo o cuándo remonta. Y la mayoría de inversionistas compran cuando la acción lleva mucho tiempo subiendo y venden con pánico cuando un título se ha desplomado y parece que llega el fin del mundo.
Sé que algunos lectores desdeñarán este artículo por resultar una ofensa a sus creencias, pero desde mi punto de vista los mercados bursátiles (sobre los que se sustenta una importante parte de nuestra economía) son una gran farsa.
Hay quien piensa que ser accionista de una cotizada, implica ser copropietario de la misma con todos sus derechos, equidad en los beneficios y un largo etcétera más. Pero la realidad es otra; el “free float” es madera que flota sin voz y sin voto. Los consejos de administración de las grandes empresas hacen y deshacen a su antojo y se ponen los estatutos por montera. Pongo como ejemplo el Santander, que hace poco más de un año de un plumazo amplió capital por 7.500 millones de euros (diluyendo la acción sin contemplaciones) y además recortó su dividendo en un 66% a sus sufridos accionistas, que se quedaron sin plumas y cacareando.
Abengoa era un gigante de energías renovables que hacía de tapadera a unos cientos de empresas ruinosas que lo único que renovaban eran políticos puestos por ellas alrededor del mundo. La Bankia de Blesa y Rato, con infinidad de saqueos de fondos, vive y publica beneficios anuales después de haberles regalado 23.500 millones de euros que ni siquiera tenemos, para que no cierre. La empresa Pescanova presumía ser la número uno mundial en su sector y seguía facturando cientos de toneladas de sus piscifactorías cuyos pescados llevaban años muertos. La lista y los ejemplos son interminables, por ello: ¡Yo también quiero salir a bolsa!