Si analizamos la historia de las desigualdades económicas, veremos que el estado natural de la humanidad es la pobreza. La Revolución Industrial, la democracia liberal y la economía de mercados conllevaron que a partir de la primera década del siglo XVIII se iniciase en algunos países un proceso de creación de riqueza.
La globalización es un proceso objetivo y multidimensional antiquísimo, que se viene desarrollando desde que el hombre salió de las cavernas, y toma cuerpo en el siglo XV con las grandes navegaciones. La novedad es la velocidad del cambio por la explosión de la información y la tecnología a bajo coste. Es un fenómeno irreversible. Pero la globalización tiene un reto, y es el de romper la brecha de la pobreza y desigualdad. De la crisis solo se sale con productividad y competitividad, y no con austeridad y caos.
El tema de la pobreza y la desigualdad recobra renovado interés al constatarse que la desigualdad representa una fractura no invisible entre los que más y menos tienen. Existe una pobreza extrema compuesta por unos 4.000 millones de personas, la base de la pirámide poblacional, que tiene una limitada y precaria autonomía en su proyecto vital y unas exiguas capacidades de consumo y bienestar. Esparcir la prosperidad y la igualdad ha de ser una apuesta de futuro de toda la sociedad.
El principal riesgo social es la tragedia humana de la pobreza. Para Thomas Piketty el autor del best seller “El capital en el siglo XXI”, “se ha constatado que el principal mecanismo de reducción de la brecha de la pobreza es la difusión de los conocimientos. Es decir, los países más pobres alcanzan a los más ricos cuando logran llegar al mismo nivel de conocimientos tecnológicos”.
El incremento de la desigualdad en España durante la crisis, según un informe de R. Doménech, no se debe a que el 1% más rico ha mejorado su situación, sino a que el 40% de la población con menores rentas ha visto mermados aún más sus ingresos. El 80% de la desigualdad en España está en el desempleo, un creciente número de hogares declaran tener a todos sus miembros en paro y un 4,2% de los mismos carecían de ingreso alguno para atender sus necesidades.
Solo políticas redistributivas centradas en generar ocupación e igualdad de oportunidades tendrán efectos positivos en los mecanismos de estabilidad social y también para el propio proceso de crecimiento económico sostenible.