El hombre moderno —post revolución industrial—, aparte de haber aterrizado en la Luna, descubierto la penicilina, fumigado el planeta con veneno radioactivo y estar enganchado al celular, debido a distintos factores propios de la evolución y de la experiencia, se halla en una mejor condición para tolerar las catástrofes e inclemencias adversas a todos los niveles. Sin embargo un homínido tan creativo y sofisticado no se ha liberado de una ancestra carencia: “Es capaz de resistirlo casi todo excepto que le metan mano en el bolsillo”.
De un tiempo a esta parte, insignes economistas, ilustrados sociólogos, relevantes analistas y estadistas, gente de la calle, Pepe el lotero y el tabernero de la esquina, nos vaticinan una catástrofe económica para 2020. La mayoría de estas gentes auguran un tsunami devastador de mayor magnitud al de la crisis de 2008.
Los motivos de tan abominables presagios se fundamentan en el desorbitado endeudamiento global tanto público como privado, la resolución del BCE de no recomprar más deuda, el fantasma de nuevos rescates a países díscolos y deficitarios cuyos gobernantes se fuman un puro, la amenaza de un brexit corrosivo y nefasto para todos y la coincidencia de un sinfín de elecciones cuyos aparentes resultados pueden generar una mayor inestabilidad política y social.
Tampoco hay que olvidar que la mayor potencia mundial está dirigida por un personaje de circo, temerario y suicida, y que las nefastas gestiones con Oriente seguirán pasando factura a lo largo de los próximos años. A pesar de todo no hay nada nuevo. Con algunos matices todo sigue siendo más de lo mismo. Desde 2008 apenas se ha hecho algo para cambiar nada.
Querido lector: Usted tal vez se preguntará qué nubarrones se avecinan en el horizonte cuando ya sabe que nuestros comedores sociales permanecen llenos, el banco de alimentos sigue desbordado, muchos trabajadores no llegan a mileuristas y precisan de varios pseudoempleos para llegar a fin de mes, continúan los desahucios y los alquileres cada vez se antojan más inalcanzables para la mayoría de economías domésticas.
No se ha erradicado la mendicidad en las calles, el pequeño comercio de antaño desaparece vapuleado y engullido por las grandes superficies y el empresario autónomo se asfixia entre el desamparo, los impuestos y la subida de carburantes. Y para colmo, Balears es la autonomía con mayor riesgo de exclusión social.
El permanente estado de crisis —debidamente camuflado— no parece ser suficiente para que algunos poderes fácticos y otros títeres del oráculo nos amenacen con otro fin del mundo para 2020. Nos presagian otro apocalipsis para que nos vayamos apretando los cinturones todavía más, cuando poco queda ya que apretar.
Distinguido lector, con sinceridad suscribo que no sé lo que nos va a deparar 2020, pero lo peor que puede hacerse es despertar a la Hidra de Lerna para que venga a devorarnos.
Para el bien común pediría seriedad, prudencia y esfuerzo diario a fin de intentar que todo vaya a mejor. Con pesimismo y malos augurios entre todos habremos creado a un terrible monstruo que de otro modo tal vez no hubiese llegado a existir.